Roberto Dorantes
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La humildad es la virtud que nos hace más humanos, que nos proporciona una cosmovisión real de nuestra naturaleza humana.
En el libro del Eclesiástico nos encontramos con el siguiente consejo: “actúa con humildad en tus quehaceres, y te querrán más que al hombre generoso”, el humilde de corazón es amado por los demás no por los bienes que posee o regala sino por sus acciones que son como la miel que atrae a las abejas.
En las letras del Eclesiástico nos advierte que mientras más grande sea una persona ante los hombres debe ser humilde, a ejemplo y semejanza de Jesús, que nos enseña a servir a los demás y no a ser servido: “Cuanto más grande seas, más debes humillarte, y así alcanzarás el favor del Señor”.
Cuando tengamos la oportunidad de ayudar a los demás no dejemos de hacerlo, y para ayudar no se necesita tener riquezas materiales, simplemente compartir lo que tenemos con los que no tienen, esto nos hará mejores personas; cuando damos, recibimos mucho más pues nos hacemos mejores personas.
“Muchos son los altivos e ilustres, pero él revela sus secretos a los mansos”, la mansedumbre es un fruto de la humildad, virtud de los pacíficos, que son valientes sin violencia, que son fuertes sin ser duros. Los pacíficos son contrarios a la violencia innecesaria, a las guerras injustas, a la agresividad como sistema de comunicación, a la brutalidad y a la crueldad. Pero no son cobardes, es la fuerza apacible y serena de los que logran dominar su temperamento y modelar su carácter y reaccionan sólo cuando hace falta.
El humilde tiene su confianza puesta en Dios más que en sus propias fuerzas porque sabe qué grande es el poder del Señor y es glorificado por los humildes.
La desgracia del orgulloso no tiene remedio, pues la planta del mal ha echado en él sus raíces. Un corazón prudente medita los proverbios, un oído atento es el deseo del sabio.
El humilde es magnánimo, conoce las grandezas del universo y su propia pequeñez, el humilde es sabio a pesar que nunca deja de ser ignorante, el humilde no tiene temor ante los peligros y no es temerario, porque sabe que Dios lo protege; no busca riqueza porque sabe que la mayor riqueza es
Dios, sabe que está de paso y que su mayor felicidad será el encuentro con Dios al cual sirve y ama en esta vida.