El lugar en la fila

A falta de un Presidente de la República emanado del PRI, de 2001 a 2012 la selección de las candidaturas importantes de ese partido recayeron en los gobernadores y las corrientes locales cuando el estado era priista, o en la dirigencia nacional cuando el estado era controlado por otro partido.
Consciente de esta realidad, cuando fracasó el primer intento de Jorge Carlos Ramírez Marín de hacerse con la candidatura a Gobernador de Yucatán, en 2012, se disciplinó, pues su influencia estaba fincada en el ámbito federal gracias a su cercanía con quien en ese entonces se perfilaba sería el seguro candidato del PRI a la Presidencia, Enrique Peña Nieto, pero que no alcanzaba para pasar el filtro impuesto por las corrientes del priismo local en Yucatán, que guardaba con recelo la candidatura a gobernador para alguien con arraigo local.
Ya con Peña Nieto en la Presidencia, el hoy presidente de la Mesa Directiva de la Cámara de Diputados trabajó durante los seis años siguientes para regresar a Yucatán de manera constante, hacer presencia en los medios de comunicación locales y construir una estructura propia que le diera ese apoyo local que no tuvo en 2012 para probar mejor suerte en 2018.
Había guardado su lugar en la fila y esperaba obtener recompensa por su lealtad al partido. Seis años después, la candidatura volvió a recaer en manos de otro.
Algo similar ocurrió en el Estado de México en 2011. Cuando Enrique Peña Nieto se preparaba para dejar la gubernatura de esa entidad, uno de los procesos más sensibles de su camino a la Presidencia era asegurar el triunfo del PRI en su estado natal. Lo cual, según el acuerdo con las corrientes del priismo mexiquense, sólo iba a ser posible dándole la candidatura a Eruviel Ávila y no a Alfredo del Mazo, su primo.
Una vez electo Eruviel Ávila como gobernador, Alfredo del Mazo pasó a formar parte del gabinete ampliado de Peña Nieto durante los primeros tres años de su administración, para lanzarse después como candidato a diputado federal, desde donde construiría su nuevo intento de hacerse con la candidatura para gobernador.
A diferencia de Ramírez Marín, a Alfredo del Mazo le respetaron su lugar en la fila y, seis años después, se convirtió en Gobernador del Estado de México.
Lejos de tratarse de una curiosidad, las formas y rituales del PRI han servido para darle certidumbre a sus militantes con el paso de los años. Razón suficiente para que estas prácticas sean respetadas, especialmente en tiempos de definición como los actuales, en que los actores políticos esperan señales claras de que su trabajo no será menospreciado a la hora de repartir las candidaturas.
No respetar las formas, ha llevado hoy al partido en el gobierno a enfrentar un conflicto interno que se cuenta como secreto a voces, y que es visto con codicia por la oposición ante la debilidad que proyecta frente al electorado.
Sin embargo, la posición de debilidad que hoy aparenta el PRI frente a su competencia bien podría ser el mejor disfraz de una férrea disciplina que se mantenga a pesar de la tormenta. A fin de cuentas, más allá del precandidato seleccionado, lo que ha causado molestia en algunas corrientes internas del PRI no ha sido el nombre, sino las formas. Y eso siempre tiene solución.

 

Por Juan Pablo Galicia

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