Por Gabriel Ortíz
Como bien se sabe, a quien sigue esta columna, soy aficionado de los New England Patriots y admirador de la carrera de Tom Brady. Escribir bien sobre él sería un acto de fanatismo y subjetividad si no fuera respaldado por la realidad.
Es cierto, a sus 41 años no es el más habilidoso, pero si el más ganador y ante toda incredulidad, el que más hambre de triunfo tiene.
No son suficientes 6 anillos de campeonato, 9 superbowls, y una larga lista de records personales; el hombre quiere seguir jugando y vencer sus propios límites.
Sin nada que demostrarle a la liga y a la historia, quiere probarse a si mismo que aún tiene el nivel, el cuerpo y la mentalidad para seguir haciendo, como nadie más, aquello que más le gusta hacer, jugar fútbol americano.
Para ser el más grande de todos los tiempos debes cumplir con muchas circunstancias: no tener lesiones, tener un buen equipo, tener buenos valores, una familia que te apoya, un buen coach, un gran talento. Pero quizás lo más importante es nunca dejar de perseguir el sueño de ganar, cosa difícil cuando lo has ganado todo.
Cuando eres tan exitoso es casi natural que surjan detractores, gente que desea verte caer, perder, rendirte, y fracasar. Para todos ellos existe la historia, esa que se puede cuestionar pero no borrar; labrada con éxitos, triunfos y también derrotas que han ido delineando el perfil de una leyenda.
Cuando eres el más grande de todos los tiempos, podrás no gustarnos, podrás no caernos bien, pero no nos dejas indiferentes.