El mejor García Márquez

Por Eduardo Ancona

Si un libro te aburre, déjalo; si un libro es tedioso, no lo leas, dijo nada menos que Jorge Luis Borges en un manifiesto contra la odiosa dictadura de los clásicos. Esa que impone un amor forzado al Quijote y que supone que todo lector que se precie de serlo debe adorar a Madame Bovary y al propio Borges. La misma que pregunta con extrañeza, casi como si estuviesen viendo a una mariposa amarilla pintada en la pared despegarse y volar, si de verdad no te gusta Cien años de soledad. Pues no. Las dos veces que he luchado por terminarlo me ha parecido tedioso y hasta empalagoso. Así como la mayoría de los autores del Boom son como una rampa en la que una vez que caes no puedes detenerte, buena parte de la obra más aclamada de García Márquez me ha empalagado.

El García Márquez largo y descriptivo me parece sobrecargado de ambas cosas. No así el Gabo breve. El mejor García Márquez es el que juega en el campo corto. El que en no necesita hacer grandes maromas narrativas para deslumbrar, sino que le basta con tejer historias humanas con frases perfectas en donde cada palabra parece haber sido creada para esa posición y ninguna otra. Frase que inician y terminan un cuento largo o un libro corto de manera lapidaria, perfecta, anunciando que “Al Senador Onésimo Sánchez le faltaban seis meses once días para morirse cuando encontró a la mujer de su vida”, o que “El día en que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó a las 5.30 de la mañana para esperar el buque en que llegaba el obispo”.

En La Hojarasca un jovencísimo García Márquez de 28 años narra la historia de un entierro imposible. Un hombre anciano, coronel de la guerra civil, que está decidido a enterrar a cualquier precio a un doctor que acaba de morir, incluso si esto representa ir contra la voluntad de todo un pueblo que quiere verlo pudrirse en la casa donde decidió exiliarse años atrás. Además de ser el debut literario de su autor, es la presentación en sociedad de Macondo, ese recodo ilocalizable y universal en el que se desarrolla parte importante de la obra del colombiano. Todo eso, en menos de 120 páginas.

Ese mismo Macondo que ha sido tierra fértil para la imaginación y felicidad de miles, ha generado en muchos más un extraño sentimiento de decepción e incluso alejamiento de la lectura cuando no encuentran la felicidad prometida en esa Ítaca de papel y tinta en la que tantos han convertido a la obra cumbre del colombiano: Cien años de soledad. El mejor García Márquez es el breve, al menos para mí. Pero la realidad es que el mejor libro es el que más disfrutas. Y el mejor lector es el que lee, lee lo que quiere, lee, como dijo Hemingway, sin tregua.

 

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