El mejor regalo de Dios

Mario Barghomz
mbarghomz2012@hotmail.com

Sin duda, el mejor regalo que nos ha dado Dios, es la vida misma. Sin vida no seríamos nada, ¡ni almas!, pero para poder vivirla, Dios tuvo que dotarnos también de un cuerpo, de un organismo que nos permita mantenernos en pie, desplazarnos y crecer. Y como el mejor y más ideal de todos los regalos; es el cuerpo lo que debemos preservar y atender para que nuestra vida vaya bien.

Es sólo a través del cuerpo y sus sentidos como entendemos el mundo. Nuestra propia percepción se deriva de nuestra manera de sentir. Pensamiento y emociones se vinculan para programar la homeostasis necesaria de nuestras vidas. Porque una vida sin homeostasis es una vida fuera de equilibrio, enferma y desesperada.

Así, Dios puso en nuestros cuerpos los suficientes elementos y articulaciones para mantenernos vivos hasta antes del día de nuestra muerte. Nos dio un corazón y una mente que se vinculan en una sincronía perfecta. Nos dotó de alma y dispuso para nuestros cuerpos la vitalidad suficiente y necesaria para que cada uno de nuestros órganos y demás elementos físicos fueran suficientes para vivir.

Sin embargo, debe ser responsabilidad de cada uno que este regalo divino sea cuidado convenientemente. No maltratado ni mal protegido (ni siquiera por las circunstancias mismas de algunos), no descuidado ni mal atendido en sus necesidades vitales de higiene, alimento adecuado, buen descanso y cuidado emocional conveniente.

Al cuerpo también (y precisamente por ser el mejor regalo de Dios) hay que amarlo, saber guiarlo e instruirlo en todo aquello que merezca ser aprendido. Un cuerpo en perfecto estado de salud es un cuerpo sabio, de alma positiva y mente racional. Fuerte y frágil a la vez, generoso, atento y sensible. Eso lo mantendrá estable y en condición siempre saludable.

La enfermedad de un cuerpo no sólo se debe a la mala condición de su metabolismo o del ambiente donde permanece, sino a su falta de capacidad y de adaptación para generar y controlar las emociones de su mente. Una mente inestable invariablemente derivará en la enfermedad de su propio cuerpo. Es una consecuencia lógica de su mal equilibrio y balance entre la psique y el soma que componen la naturaleza propia de su ser. Además de que toda enfermedad del cuerpo, regularmente se deriva también de descuidos, excesos y malos hábitos.

El cuerpo es nuestro templo, la sede del alma, donde mora invariablemente nuestro espíritu. Cuando se erosiona o se daña, también dañamos su interioridad. Órganos, músculos, nervios, tendones y huesos son la estructura maestra de su propia imagen. Cuando algo no anda bien, tampoco nuestra imagen; sinónimo de nuestra apariencia y personalidad. Nunca se dice; pero a veces de lo que algunos andan muy mal, es de la personalidad, de su manera de ser y entender la vida.

Pero es por ello que Dios también nos dotó de cerebro, en donde viven 86 mil millones de neuronas a nuestra disposición. Un cerebro que piensa, que siente, que intuye y reacciona. Que debe ser el rector de todas y cada una de nuestras decisiones.

Y es en nuestras decisiones en donde Dios ya no interviene (se llama libre albedrío, independencia, libertad). De nosotros depende que seamos asertivos o erráticos con nuestra vida, con nuestro regalo. Aunque sabemos que hay necios que pretenden reclamarle a Dios todo lo que está mal en ellos. ¡Ilusos y desdichados!

Todo ser infeliz, lo es porque no ha sabido aprovechar de manera más justa, sensata y sabia el regalo que sólo a él pertenece. Y no se trata de dinero (aunque tampoco de carencia), de suerte o de destino; sino de ocuparnos mejor, de manera más sensible, sencilla y plena, de aquello que puede estar bien y durarnos mucho, o reclamar la mala suerte, el mal destino o lo poco que creen algunos que Dios les dio.

Dios sólo nos ofreció la vida y nos dio un cuerpo para vivirla (¿no es suficiente?). Dependerá de nosotros lo que hagamos con ello. 

¡Agradezcamos a Dios con sencillez y gracia, esta navidad nuestro mejor regalo!.

¡Feliz navidad!.

¡Y que Dios more por siempre en nuestros corazones!.