Si a usted le hablan de la esquina de El Motor Eléctrico, lo primero que le viene a la imaginación es una tienda de material eléctrico; sin embargo, este establecimiento ubicado en el cruce de las calles 62 por 49 es uno de los pocos comercios de abarrotes que sobrevive en esta céntrica zona de la ciudad, hoy ocupada principalmente por vecinos de origen extranjero, que tienen la costumbre de hacer sus compras en los supermercados.
Los propietarios de la tienda, desde 1961, están orgullosos de continuar con un legado familiar, pues a pesar del embate de las tiendas de conveniencia, sigue teniendo la afluencia y ventas que hace 30 o 40 años.
-El secreto está en la variedad del surtido– comentó, la señora Aidé Zozaya Celis, que a sus 82 años de edad, sigue atendiendo con esmero y familiaridad a la clientela, con quienes principalmente por las tardes, rememora aquellos años en los que era muy diferente el panorama del rumbo.
-Tenía 29 años cuando mi esposo le compró la tienda a un coreano de apellido Kim, era el año de 1961, lo recuerdo bien porque mi hijo Miguel tenía apenas tenía cinco meses, desde esa época era una tienda grande que vendía mucho porque no había supermercados. Acá venía a comprar toda la gente del rumbo, había muchas familias, y también varias tienditas como La Casa Verde, La Perla, La Salida de la Luna y La Vencedora, que es la única de las mencionadas que aún está abierta en la calle 62 por 37– explicó.
Acerca del nombre del establecimiento, la señora comentó que ya lo tenía cuando compraron el sitio, pero recuerda que había una nevera americana, muy ancha y grande que se movía por medio de un motor, en una época en la que se usaba el hielo para enfriar los refrescos en neveras elaboradas de madera.
-Esa máquina hacía seis marquetas de hielos por cada lado, todos la conocían, a lo mejor por eso le pusieron el nombre a la tienda, que apenas pintaron el local se borró, pero ya le dije a mi hijo Federico que tenemos que volver a rotularlo, porque es ya una tradición– comentó.
El panorama que en ese entonces se vivía en esta parte de la ciudad, específicamente en la calle 62, era muy diferente al de hoy, que propiamente son oficinas o negocios los que ocupan la mayoría de las casas, de esto nos platicó don Federico, quien alterna su profesión de contador público para atender el local con su esposa Landy Cristina Castro Cetina.
-Yo tenía 11 años cuando venimos, recuerdo que mi abuelo tenía un negocio de pasturas en la calle 58, y cómo con el paso del tiempo quitaron el estacionamiento que había sobre la 62 y fue cuando la gente se comenzó a ir porque ya no tenían donde poner sus vehículos– dijo el entrevistado, quien ha puesto mucho empeño para que la tienda no cierre sus puertas y siga boyante, como la tenía su padre, don Roque Enríquez Flores, que apenas falleció hace tres años.
-A él se le ocurrió meter antojitos; hacía tortas, sándwiches, que la gente acompañaba con su Pino Negra o su Soldado de Chocolate, y ahora hay tortas, kibis y polcanes, que son del gusto de la gente que trabaja en las oficinas como la de Punto Medio, que está a la vuelta, en la calle 64 y que a cada rato vienen a comprarnos algo, un dulce, un pan o cualquier cosita– señaló don Federico.
-Hubo temporadas malas cuando la gente se fue y se murió la venta, pero mi papá nunca pensó en cerrar, el siempre aguantó a pesar de que abrieron los supermercados, de los que el primero en Mérida fue Komesa– indicó don Federico.
El entrevistado consideró que es un gran triunfo haber sobrevivido cuando ya no hay tiendas en los alrededores.
-Procuramos que haya un poco de todo, desde una botanita, un refresco, pero también hay lentes para sol, sosquil para lavar trastes, insecticida, y hasta cordones y pintura para zapatos, cierre e hilos. Hoy la gente llega a comprar agua hablando en otros idiomas y se lleva algo más. De nuestros clientes antiguos, algunos todavía viven, pero son muy grandes de edad y ya no salen, entonces son los hijos los que vienen, esperamos seguir atendiéndolos por muchos años– concluyó.
Texto y fotos: Manuel Pool