Los nombres han perdido sus acentos y no fue porque la Real Academia Española de la Lengua (RAE) lo haya determinado en alguna de sus modificaciones al diccionario: desaparecieron con el avance de la tecnología y desde principios del siglo XXI los documentos de identificación oficial en México no se acentúan, porque por cuestión de formato se omitieron.
Esto incluye a credenciales de elector, CURP y actas de nacimiento cuyo formato ha sido homologado en todo el territorio nacional. De estas últimas debo aclarar que no son actas en sí, porque no consignan un hecho, sino que simplemente certifican que estás registrado, pero no proporcionan mayores datos.
Es curioso. Las actas de nacimiento de hace unas dos décadas eran en realidad oficios que detallaban en qué libro y hoja se había asentado el nacimiento, matrimonio, defunción o cualquier otro suceso del orden civil y que debía ser registrado por la autoridad.
Así, con el acta de nacimiento se especificaba a qué hora había nacido, donde el nombre, edad y nacionalidad de los padres, así como el nombre y nacionalidad de los abuelos. Eso ya pasó a la historia. Actualmente sólo se expide un papel membretado con el nombre del interesado y el nombre de sus padres. Aunque el formato tiene el espacio para poner nacionalidad de los padres, este se imprime con varias letras equis.
La respuesta al por qué, es simple: no se capturan esos datos en el sistema y teóricamente una persona puede solicitar un acta con esos datos, pero en la práctica no ocurre.
¿Cuál era el objetivo de incluir todos esos datos? Fue una manera en su momento de evitar los homónimos y la suplantación de personalidad, al consignar tantos datos como fuera posible para dar fe de que sí existía esa persona.
Pero además, por cuestiones de formato, desaparecieron los acentos. En las actas de nacimiento entregadas actualmente los apellidos no tienen acentos. Esto lleva a discrepancias cuando se cotejan documentos oficiales de estudios, con esas constancias del Registro Civil, pues no están escritas de la misma manera.
Además, en un plano más general, las personas nacidas desde ese cambio, ignoran cómo se escribe su nombre y se produce un cambio. Así me he topado con Mejía, Hernández, Méndez, Sánchez, escritos como Mejia, Hernandez, Mendez o Sanchez, porque su certificado de nacimiento así lo marca.
La pérdida de esos acentos no fue decretada por la RAE, el cambio de escritura de los nombres se debe únicamente a un error o ignorancia de quienes en su momento desarrollaron ese formato para uniformar la expedición de actas de nacimiento. Quizá en el futuro la Academia de la Lengua determine que ya no son útiles, como ya ocurrió con algunas palabras, sin importar la diferencia de significado.
Esta omisión no puede justificarse alegando que “las mayúsculas no se acentúan” porque eso es falso. Se dejaron de acentuar al usarse la máquina de escribir porque no había manera de acentuarlas, pero la regla señala que deben llevar esa tilde.
¿Qué pasó entonces? Podría ser que se trate de una visión futura de la evolución del idioma, más simplificado, con cambios que nos llevarán a escribir como en los mensajes de texto, poniendo cruces y consonantes para abreviar palabras. Pero mientras llega ese tiempo, prefiero seguir escribiendo mi apellido con los acentos, como lo han escrito las generaciones que me han precedido.
Veamos qué tantas cosas más cambiarán en la grafía del idioma.
Hasta la próxima…
Por Miguel II Hernández Madero. Narrador y cronista. Licenciado en Historia por la Facultad de Ciencias Antropológicas de la Universidad Autónoma de Yucatán.