Se llamaba Antonio, y justamente era de Ronda. Como Antonio Ordóñez, Maestro de Maestros y señor del empaque y la torería. Tal vez tuviera más de noventa años, aunque su mirada azul seguía siendo joven! Comía chocolate y sonreía como lo haría un chiquillo, y se ilusionaba cuando en su plaza de toros maravillosa toreaban los toreros buenos y machos como Juli, Manzanares, Perera o Talavante.
Había sido maestro. Un excelente maestro. De esos que explican con dulzura, de esos que aman su trabajo, un trabajo vocacional, de esos que tienen paciencia, que son cariñosos, que son lo que siempre debiera ser un maestro. Enseñó a leer y escribir a varias generaciones de personas. Ya en su vejez ocupaba los días paseando, sin perdonar jamás un vino en su tasquita, leyendo poesía y escuchando música flamenca.
Hablaba con refranes. Era su particularidad. Resultaba muy gracioso! Una tarde dos chicas se lamentaban porque una tercera las había abandonado en una empresa importante sin dar explicaciones, y él les dijo “a enemigo que huye puente de plata”. Una mañana la niebla cubría muy espesa la inmensa belleza de Ronda, eterna y redonda, y él expresó, “mañanitas de niebla tardes de paseo”. Siempre era así Antonio…
Aquel atardecer sentado en la Alameda sorprendió a unos adolescentes conversando pesarosos. Se sentaron junto a él a comer pipas, se trataba de un anciano muy querido por todos. La pandilla hablaba sobre un tipo que antes frecuentaban, uno que les debía una justificación y alguna cosilla más. Relataban que andaba desaparecido, no contestaba el whatsapp, no publicaba en redes sociales, no salía al parque, jamás le encontraban…
“El que se oculta algo esconde”, afirmó Antonio…
Dedicado a mi Ronda, y a mi queridísimo Juani Bulerías, que estará en el cielo platicando de toros con Antonio Ordóñez
Dedicado a mis hermanas María y Macarena Ordóñez
Dedicado a los toreros buenos
Dedicado a todo aquel que no se esconde
Dedicado a Luisito, con muchos besos
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