El Salvador no es un país de mierda

Las controversiales declaraciones del presidente de Estados Unidos Donald Trump el pasado 11 de enero en la oficina oval de la Casa Blanca en Washington D.C. suscitaron una variopinta de reacciones y posicionamientos en la sociedad salvadoreña, desde la aceptación imperiosa que somos un shithole country con ínfulas absoluta de resignación, hasta reacciones del nacionalismo más abigarrado, solo visto cuando la selección de futbol nacional le gana a la de México.

Pero en medio de estas reacciones de una sociedad a la cual su país lo enlistaron en los shithole countries, es que emerge una reflexión necesaria de cómo llegamos a este punto, y a quiénes nos atañe esta situación.

En este ejercicio de hablar en voz alta, la reflexión empieza con la historia de El Salvador, sin ánimos de empezar desde la conquista española —como en muchas ocasiones ocurre— ni del papel de Estados Unidos en nuestro país, sí al menos resaltaría el origen de la idea y de la práctica del “orden”, lo cual guarda trayectorias que aún en estos días se mantienen. Con esto no estoy afirmando que nada ha cambiado, sino que estas trayectorias o problemas estructurales han sido capaces de adaptarse al contexto histórico.

Algunas de estas trayectorias van acorde a un orden económico excluyente, que hace de la violencia un mecanismo de supervivencia; un orden político en el que no toda la sociedad cabe; un orden social en donde la desigualdad gana la partida, un orden jurídico que encarcela a mujeres de escasos recursos por abortos espontáneos y deja libre a hombres con pruebas de trata y prostitución de menores; un orden de intolerancia a lo “raro” a lo “diferente”; un orden profundamente clasista en donde el “cuánto tienes cuánto vales, nada tienes nada vales” persiste; un orden que permite que tengamos el peor sistema de transporte público del mundo que subsidia a sus empresarios, y logra cualquier impedimento frente a propuestas de mejora del transporte público; un Estado de derecho por demás estrecho, por mencionar algunos aspectos.

A quiénes les atañe esta situación, quiénes han sido los responsables, cómo llegamos a este listado. Si respondiéramos estas preguntas mediante una encuesta de opinión, sin lugar a dudas la respuesta más repetida sería por “la clase política”. Pero este estribillo tan sonoro en América Latina, del cual no se escapa El Salvador, identifica solo a uno de los responsables, dejando al resto en la más galopante impunidad.

En este sentido, la reflexión necesaria debe de ir en sintonía que las corresponsabilidades de esta situación nos involucran a todos, si bien con jerarquías, dentro de los principales el sector privado, el sector público y la sociedad civil.

En lo particular, resaltaría que a este último al que hay que sumar esfuerzos para transformar las trayectorias, en lograr apertura de canales de representación política, en lograr orientaciones a nuevos sectores económicos con mejores empleos, mayor productividad, en hacer valer los derechos humanos.

Sin lugar a dudas, se vienen años difíciles para Centroamérica y El Salvador, pero es la misma adversidad, y las que cosas que sí se han hecho bien, lo que nos marca la pauta y nos coloca el reto que son las propuestas de inclusión social, política y económica lo que debe regir los años venideros. De lo contrario, el paso del tiempo nos encontrará en el listado de los shithole countries.

 

Por Meslissa Salgado

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