El secuestro de Pulido

Yo me cuento entre quienes piensan que la economía mexicana ha tenido un buen desempeño en años recientes, sobre todo tomando en cuenta el contexto internacional.

Y no es una simple opinión. Los datos duros dan cuenta de un fortalecimiento del poder adquisitivo de los mexicanos —que se refleja en mayor consumo—, gracias a un manejo responsable de las finanzas públicas y la política monetaria, y a que muchos empresarios siguen apostando por el país.

En un mundo globalizado, hacer bien la tarea económica es indispensable, pero por desgracia no es suficiente para mostrarse atractivo ante quienes mueven los capitales que generan empleo y, por tanto, oportunidades de desarrollo.

Lamentablemente, en México no han faltado hechos que vienen a enturbiar la imagen del país ante los ojos de quienes evalúan dónde invertir su dinero.

Y por más buenas cuentas económicas que pueda mostrar, México sigue siendo un lugar donde los más elementales niveles de seguridad están ausentes.

En muchos estados, uno puede salir por la mañana y no saber si volverá vivo a casa. El número de asesinatos —que ronda los 50 al día, en promedio— ha vuelto a los niveles de 2009. Hubo 18 mil homicidios en 2015 y todo indica que este año podría terminar con más de 20 mil.

Duele decirlo, pero México se exhibe ante el mundo como un país donde basta rascar la tierra para encontrar cadáveres enterrados clandestinamente.

Y lo peor es que no son sólo los criminales los que desaparecen cuerpos sino lo hacen las propias autoridades —como en Morelos—, plagadas de incompetencia y aparentemente también de complicidad con los delincuentes.

México es, asimismo, un lugar donde las personas se inclinan por hacerse justicia por propia mano —con todas las terribles consecuencias que eso tiene— porque no confían en la policía y los jueces.

Es un país donde la seguridad física y jurídica no depende de la aplicación de la ley sino de los usos y costumbres, del capricho o de la suerte.

El desastre en que se ha convertido la mayoría de los cuerpos de policía ha hecho necesaria la intervención de las Fuerzas Armadas en tareas que no les competen, para las que no están preparadas y, es más, que ellas no quisieran estar haciendo.

La ausencia del imperio de la ley en México se nota claramente en sus cárceles. Entre los muros de los centros de reclusión no debiera haber otra autoridad que la del Estado y, sin embargo, éste es el país de los autogobiernos y las masacres carcelarias.

Pocos crímenes lastiman tanto a los mexicanos como el secuestro. La angustia lacera a las familias, incluso antes de vivir el plagio de alguno de sus integrantes. Este año ha visto incrementarse ese delito, ante la falta de investigación por parte de las autoridades.

A veces hace falta que ocurra un caso relevante para hacer luz sobre una problemática social.

La prevalencia y crueldad de ese delito fue bien evidenciada por los secuestros de los jóvenes Hugo Alberto Wallace, Silvia Vargas, Fernando Martí y Juan Francisco Sicilia, ocurridos en 2005, 2007, 2008 y 2011, respectivamente. En los años que siguieron, hubo un esfuerzo por abatir ese delito, sobre todo gracias al activismo que desplegaron los padres de esos jóvenes, muertos todos ellos por la acción de sus captores.

Ahora nuevamente estamos ante un caso de secuestro de un joven muy reconocido por la sociedad: el futbolista Alan Pulido.

El exjugador de Tigres, que ahora milita en el Olympiacos de Grecia, fue interceptado por desconocidos la noche del sábado cuando salía de una fiesta en su natal Ciudad Victoria.

Medios locales señalan que el lugar en que ocurrió el secuestro de Pulido, la Carretera Interejidal, es un corredor controlado por Los Zetas.

En este México escéptico, hay quien piensa que el plagio tiene motivaciones electorales —Tamaulipas elige gobernador el domingo—, pero aunque fuera cierto, el hecho no dejaría de ser muy grave.

Así que, otra vez, el plagio de una persona conocida pone el delito de secuestro en el mapa de la preocupación ciudadana. Y otra vez una mala noticia —que recorre el mundo desde ayer— opaca todo lo que de bueno podría decirse del país a nivel internacional.

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