Mario Barghomz
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Dice Marco Aurelio (el rey filósofo) en sus “Meditaciones” que una vida sin reflexión ni conocimiento no vale la pena vivirla. Se refiere a una vida sin orientación ni sentido, sin la consciencia suficiente de saber y entender la vida.
El ser consciente de vivir nos ayuda a la reflexión, a la meditación de aquello que vale o no la pena que se viva. Y cuando digo meditar no necesariamente me refiero al sentido que le dan los monjes tibetanos “vaciando su mente” para hacerlo, sino al simple acto de pensar, de valorar cada una de las cosas que hacemos o pensamos hacer.
Marco Aurelio en sus Meditaciones se refiere a esa idea de relación del ser con la Naturaleza, con el ser de Dios y el “Todo”; conminando al hombre a entender su propio destino y no alterarlo por nuestra relación o situación (su propio destino) de los otros. “Los errores de los otros –dice- no te pertenecen, son de ellos y no tuyos; ¡que no te importe!”. ¿Y cuántas veces no nos metemos en las cosas de los demás por sus errores?, o con temor a que los demás nos señalen o nos juzguen por lo que hacemos.
Darle sentido a nuestra propia vida (y no a la de los demás) tiene que ver con el acto de orientarla en el sentido correcto, de no detenerla o desviarla, literalmente, de no perder nuestra propia ruta, a menos que seamos nosotros los equivocados y debamos seguir otro camino.
Perder el sentido de vivir es tanto como estar desorientados, de no saber por dónde seguir, qué hacer o por dónde continuar. Las drogas, el alcohol y cualquier otro tipo de vicios o malos hábitos de vida como el comer en exceso o dejar de hacerlo bien, o el mal hábito de fumar o permanecer atrapados por la patología del juego en los casinos y otros antros de vicio; serían apenas algunos ejemplos de pérdida de sentido de vida y desorientación.
Y es que en la vida ocurren tantas cosas que pueden desorientarnos; un divorcio o una separación, una pérdida por la muerte de alguien o de algo, la falta de salud vital o de trabajo, un accidente o una enfermedad crónica, la carencia de amor, etc.; que resulta difícil recuperarnos o retomar nuestra vida para continuar.
Toda vida (la que sea) merece estar estimulada en el gozo, el bienestar y el afecto para seguir su camino. Superar cada inconveniente por grande o doloroso que sea. “Pero quien no sabe lo que es el mundo –escribe Marco Aurelio- está perdido. Quien no sabe para qué nació, no comprende quién es ni qué cosa es el mundo”.
Todo sentido de vida se deriva de un conocimiento de orientación. La ignorancia no ayuda. Saber quiénes somos, qué hacemos y a dónde vamos, como también observa Immanuel Kant, ayuda a entender nuestra situación existencial, nuestra posición en el mundo.
Hay cuatro preguntas que se hace Kant y que son sustanciales en su filosofía para entender nuestro sentido de orientación: 1) qué debo saber, 2) qué debo hacer, 3) en qué puedo creer, 4) qué es el hombre. Preguntas que para Kant cada hombre se debe responder para orientarse. De otro modo, como quiera que sea, estará perdido.
Ningún sentido de vida está exento de ir hacia alguna dirección, todos mientras vivamos, y lo que seamos o hagamos, vamos hacia alguna parte. Y toda ruta es posible. No hay ruta sin dirección y todos y cada uno, como sea, nos dirigimos hacia algún lado. El problema es ver si lo hacemos bien y la ruta tomada en la dirección que vamos o elegimos, es la correcta.
Naturalmente hablamos de la vida, de la existencia humana en su tránsito hacia la muerte (o hacia la eternidad si se quiere), de cada minuto y cada hora, de cada día, cada semana y cada año mientras nuestro corazón late y la sangre fluye.
Por donde quiera que lo veamos y sea lo que sea que hagamos; se trata de que nuestra vida valga la pena.