Los religiosos juaninos, pertenecientes a la orden de San Juan de Dios, llegaron en diciembre de 1625 para hacerse cargo del sitio, renuevan el hospital y lo administran de manera ejempla; de allí el nombre
Un valioso predio colonial que hoy registra estragos en su conservación, es el templo de San Juan de Dios, cuya historia inicia en 1550 cuando en el gobierno del primer Alcalde Mayor, don Gaspar Suárez de Avila, dona estos terrenos para construir el primer hospital de Mérida. La obra concluyó en 1562 y, años después, en 1579, se terminó la capilla bajo la invocación de Nuestra Señora del Rosario, que fue catedral provisional, mientras se construía la que hoy conocemos y que se terminó en 1598.
Los religiosos juaninos, pertenecientes a la orden de “San Juan de Dios”, llegaron en diciembre de 1625 para hacerse cargo del sitio, renuevan el pobre hospital y lo administran de manera ejemplar, y de allá que la población les agarre cariño y se refiera al al lugar como “San Juan de Dios”. Esta orden convirtió el sitio en su convento y daban auxilio a enfermos y convalecientes, y también se hicieron con el mantenimiento y atención del hospital del puerto de Campeche.
En las postrimerías de la colonia, 30 de mayo de 1821, un decreto de las cortes españolas expulsó a los juaninos y trasladó el hospital al local del exconvento Grande de San Francisco, aunque posteriormente regresó a su sitio original. El ayuntamiento se hizo cargo del hospital hasta 1832 cuando pasó al Gobierno del Estado con el nombre de Hospital General de Mérida.
Declarada la independencia del Trono Español, las nuevas autoridades, ante la incompetencia del Ayuntamiento para sostener el hospital, lo devolvió a los Juaninos, regresando al mismo sitio que antes había ocupado y comenzó a llamársele Hospital General de San Juan de Dios en el año 1828. El 10 de febrero de 1832, se hizo cargo de este hospital el Gobierno del Estado con la denominación de Hospital General de Mérida.
Por decreto, el 25 de junio de 1861 fue trasladado el hospital (que se ubicaba en el cruzamiento de las calles 61 con 58 y 60) al convento de la Mejorada (hoy ocupado por la facultad de arquitectura), donde tomó el nombre de Hospital General, y en 1906 fue trasladado a su nueva y actual sede ya con el nombre de Hospital O’Horán. Curiosamente, el envío de los bienes a su nueva sede fue en ferrocarril, y de hecho, hasta los mismos pacientes fueron reubicados en este medio de transporte al nuevo sitio.
El edificio fue sede del Colegio Católico hasta 1915, y en tiempos de Alvarado se convirtió en la escuela primaria Josefa Ortiz de Domínguez e Hidalgo, para que en 1923, por decreto del gobernador Felipe Carrillo Puerto, se funde en el inmueble el museo Arqueológico e Histórico de Yucatán, y de esta manera se le dió continuidad al anhelo iniciado por el ilustre obispo Crescencio Carrillo y Ancona de un sitio para preservar la historia del estado; sin embargo, el Museo no entraría en funciones hasta enero de 1925, ya fallecido Carrillo Puerto durante el gobierno de José María Iturralde.
Las descripciones hechas del Museo por aquellos años hablan de una institución bien establecida que ofrecía a los yucatecos la posibilidad de encontrarse con el pasado prehispánico de la península, se refieren por ejemplo a las colecciones prestadas por el Instituto Carnegie para que se expongan en el interior del museo, que permaneció en funcionamiento hasta 1958.
Lamentablemente el inmueble fue vendido por la Secretaría del Patrimonio Nacional en 148 mil pesos a un particular que deciden convertirlo en estacionamiento. Del edificio de 400 años sólo se conservó la capilla y algunas arquerías que ahora forman parte de un hotel. Hay muy pocas referencias relativas a la demolición del centenario edificio y a las autoridades que permitieron tal atrocidad.
Las colecciones del Museo fueron enviadas al sótano del Palacio Cantón. Más tarde, a principios de 1987, se funda el Museo de la Ciudad de Mérida en la capilla de Nuestra Señora del Rosario y permanece ahí hasta 2007 cuando es trasladado a su sede actual en el Ex-Palacio Federal de Correos. Desde entonces permanece como bodega del INAH, y es un espacio desaprovechado.
Texto y fotos: Manuel Pool Moguel