El universo de la mente

Mario Barghomz
mbarghomz2012@hotmail.com

Puede ser coincidencia o mera casualidad que el Universo, el espacio infinito como solemos llamarle, posea cien mil millones de galaxias (entre ellas la nuestra) y en cada una de ellas haya cien mil millones de estrellas. Esto, lo de las galaxias y las estrellas, lo escribe Stephen Hawking en  su libro “La teoría del todo” (Penguin, Edit. México, 2021).

En el universo de nuestro cerebro pasa curiosamente lo mismo; hay en él alrededor de cien mil millones de neuronas encargadas de hacer “sinapsis” (conexión) todos los días. Y como él (el Universo), nuestro cerebro es flexible.

Metafóricamente y en este sentido; podemos decir que nuestro cerebro es como el mismo Universo. Existen en él cosas que entendemos, pero hay otras como la mente que aún no logramos descifrar. Y al parecer la mente humana está más cerca de la física cuántica por aquello no revelado aún dentro de la incertidumbre científica que dentro del aspecto lógico, evidente y real de la física tradicional.

Para empezar, la mente humana es la heredera misma del alma, aquella a la que Platón llamaba “inteligible”, es decir: la razón donde reside la verdad. Pero en nuestro cerebro yace no sólo el valor intrínseco de la racionalidad, sino también el aspecto puramente sensible (emociones y sentimientos) y el que se encuentra también en nuestro tallo cerebral (la parte más primitiva de nuestro cerebro) que se encarga de gestionar además de  nuestros instintos, todas y cada una de nuestras actividades primarias, implícitas también en nuestro organismo (el sueño, el hambre, la respiración…). Todo ello, por supuesto, conectado al resto de nuestro cuerpo a través del Sistema Nervioso Periférico que utiliza la sangre y cada impulso nervioso, químico o eléctrico, para comunicarse.

La misma conciencia humana es parte de este sistema operacional (cerebro-cuerpo-mente), de un proceso que se gestiona entre la mente y la sensación, entre aquello que en lo particular le pasa a cada ser humano y que es a lo que llamamos experiencia, y los sentimientos que se generan a partir del sentir propio (“seso”).

Es de nuestro universo mental del que depende nuestra vida misma; el sentir dolor o alegría, gozo o tristeza. El estar bien o mal depende de nuestro propio estado de “sensación”, de aquello que sólo nuestro “yo” percibe en su propia experiencia de existir.

El estado de conciencia de cada ser humano depende de su propia percepción del mundo, de aquello que cada uno en lo particular experimenta a través de los sentidos. Sea bueno o malo, cierto o falso, real o aparente; nuestra conciencia es lo que cada uno ve, lo que cada quien percibe en lo subjetivo desde su propia sensación.

Ésta, nuestra conciencia, como dice el neurocientífico Antonio Damasio, no es sin lugar a dudas una cosa o un objeto, sino un proceso a través del cual se valora lo que se percibe. Olor, sabor, audición, visión y sensación del tacto quedan necesariamente implícitos en nuestra propia percepción del mundo.

Es en el universo mental de nuestro cerebro donde se generan cada emoción, cada duda, cada sentimiento o cada idea a través del entrelazamiento continuo de la comunicación sináptica de nuestras neuronas que, asimismo, se relacionan con el proceso bioquímico de nuestras hormonas y nuestros neurotransmisores que bien sea por impulso químico o eléctrico, se comunican con el resto de nuestro organismo.

El gran universo de nuestra mente nos permite ser lo que somos, lo que hacemos o lo que pensamos. Es ahí mismo donde se gestiona cada duda, cada miedo o cada iniciativa de nuestra vida.

¡Nada haríamos sin cerebro! No es como no tener un brazo o una pierna, vivir privado de la visión o la audición. Está claro que podemos sobrevivir con una minusvalía o con alguna enfermedad crónica que nos impida vivir con plenitud al cien por ciento. ¡Pero no sin cerebro!

El cerebro es hasta hoy el único órgano irremplazable. No hay nada que lo sustituya o que lo cambie. Y es en él (dentro de él) donde se alberga el gran universo de nuestra mente… ¡Nuestra alma!