Por María de la Lama
El cineasta Andrey Tarskovski, en su libro “Esculpir en el tiempo”, sostiene que las verdades del arte, no se comunican con argumentos o demostraciones, como lo hacen las científicas, sino por medio de una fe o una intuición: “El arte no concibe lógicamente (…), expresa un postulado de fe. El único modo de aceptar una imagen artística es creyendo en ella” (Tarkovski 1997, 48). Es decir, la verdad artística se asimila por medio de un tipo de experiencia. Creo que la propuesta de Tarkovski de lo que es el arte y el cine abre de forma importante la posibilidad de un uso retórico del arte, y en particular del cine. Una obra de arte nos compele a aceptar una verdad a partir de una experiencia, o una verdad experiencial, de una forma muy diferente a como lo hace un argumento o una demostración científica. Sin embargo, creo que el impacto de una película que contiene una idea política puede ser, y suele ser, mayor que el de un argumento lógico, por más bueno que este sea.
El filósofo Alain Badiou propone que el militante político podría, por ejemplo, buscar en el cine “figuras retóricas análogas a la estructura formal de la idea política con el objetivo de que mediaran en su transmisión intelectual”. O, en otras palabras, “personajes cuyos discursos tipificaran la estructura afectiva de una idea política con el objetivo de persuadir a las masas para su participación en ella” (García Puchades 2015). El cine permite exponer una realidad, un mundo, en el que cierto tipo de persona moral y política es considerada valiosa, generando así el movimiento que lleva al espectador a formar parte de una idea política fuera de la sala de cine. Y, señala, la forma más directa de comunicar una idea política a través de una narrativa cinematográfica es la creación de héroes.
Parece que la respuesta que debe tratar de responder o plantear un cine con incidencia política es: ¿Qué es un héroe? Un ejemplo de cómo opera esta lógica ético-política en el cine puede ser La serie de televisión “Juego de tronos”. Lo que me parece más interesante de “Juego de tronos” es la discusión que surgió a partir de los últimos episodios de la serie. Estos últimos episodios definieron de una forma especial la respuesta que la misma le daría a la pregunta por el héroe. Creo que la mejor forma de ilustrar este punto es con referencia a la que durante la mayor parte de la serie fue considerada la principal heroína, y que en los últimos episodios fue reconstruida como villano: Daenerys Targaryen.
Este personaje es durante la mayor parte de las temporadas una heroína que se aboca a liberar a esclavos, proteger a inocentes y extender la justicia por el mundo. Sin embargo, en los últimos episodios resulta estar obsesionada con el poder y usar la justicia solo como ideología para conseguirlo. De esta forma, la serie presenta una propuesta ético-política que resultó muy controversial para muchos observadores: una particular relación entre las batallas que llevan la justicia de bandera, y la ambición de poder. Independientemente de la validez argumental, no-experiencial, de esta verdad: el hecho de que haya generado tanto indignación como reconocimiento, y que haya detonado una discusión al respecto, señala hacia la tesis de Badiou de que el cine y sus derivados sí presentan ideas políticas de gran alcance. Daenerys ejemplifica a una de las figuras metafóricas que le permitan al militante político “introducir” el discurso formal de la “idea política” (García Puchades 2015).