En la mente de Dios

Platón (S. V a. C.) es el primero que planteó en nuestra cultura la idea de Dios (Uno) siempre omnipresente. Lo presenta como la Suprema Inteligencia, como el Supremo Bien, como la Suprema Bondad. Como bondad trascendente e infinita. Y este Bien y esta Bondad se manifiestan en la mente del hombre bueno.

La trascendencia de Dios depositada en la mente del hombre, representa su inteligencia, su “alma intelectiva” como se lee literalmente en su filosofía. El Dios de Platón es un Dios de bondad y conocimiento. Lo contrario a Él es la oscuridad y la ignorancia, la ausencia de verdad (Mito de la Caverna). Esta idea (interpretada por supuesto) es la misma que adoptó 500 años después el cristianismo, en donde la oscuridad representa las tinieblas y la ignorancia la actitud del necio.

En Descartes (1596-1650), la esencia de Dios es divina, en donde el alma del hombre participa de Él, aunque no de la misma sustancia, sino otra que no es precisamente divina, sino humana. Ésta (el alma) será atraída por su creador con la muerte del cuerpo que la alberga y entonces será eterna (divina), no así la materialidad del cuerpo que sucumbirá a su tiempo en la Tierra.

Pero hay un tercer planteamiento que aparece con mucha dignidad dialéctica en el campo teológico de la filosofía, y es el de Baruch Spinoza (1632-1677), que se refiere a Dios como todo aquello que tiene vida o alma (Panteísmo). Para Baruch, el alma del hombre es la misma de Dios, es decir, de la misma esencia o sustancia y no de otra.

Para Baruch no hay nada de Dios que nosotros no tengamos de Él. Nuestra mente, nuestros sentimientos, nuestro corazón y nuestro cuerpo son Él. Vive en nosotros como sustancia. Así que no son dos sustancias como dice Descartes (alma y cuerpo); una divina y otra sólo material (res “cogitans”, res extensa), sino una sola: ¡la de Dios!

También dentro del planteamiento neurocientífico la idea de Dios es abordada por Antonio Damasio al hablar de un alma (la mente) no dividida (“El error de Descartes”; Crítica, Barcelona 2010) sino conjunta entre mente y cuerpo. Para Damasio (1944), así como para Spinoza; la sustancia de Dios parece estar en todo aquello que tiene vida (“En busca de Spinoza”; Paidós, España 2016).

Para la Neurociencia, la fisiología del cuerpo que representa todo nuestro organismo debe entenderse como la parte material o sensible de todo lo que se relaciona con nuestra consciencia, ideas y sentimientos. Nuestro sistema nervioso, central y periférico, se encargan de conectar a través de la propia gestión de la naturaleza misma del cuerpo, todo lo relacionado con nuestra vida; tanto la interior de nuestro sistema orgánico, como la exterior de nuestro ambiente. Y si Dios está en todas partes; está entonces tanto dentro de nosotros, como afuera.

Aristóteles decía que era el corazón el que pensaba; entonces Dios también se encuentra ahí, aunque no sólo ahí.

Hoy, tanto la Filosofía como la Ciencia no irrumpen en una disputa teológica por ver el lugar o la situación de Dios ante el hombre o ante el mundo. En la mente de Dios, en su suprema inteligencia como dice Platón; debe estar contenida toda vida y toda idea de su creación.

Dios, según Spinoza, yace en nuestra inteligencia, en nuestros sentimientos, en la sustancia material de nuestro cuerpo y en el ambiente y entorno mismo donde nos desenvolvemos.

Dios es Amor, Vida, Tiempo, Eternidad y Fe tanto de la existencia terrenal con su frontera y sus límites, como de la esperanza y trascendencia después de la muerte. Y su eternidad y omnipresencia -como dije- están en nuestra propia mente. Nuestra mente (alma) que no es otra y es la misma, por iluminación (como escribe Agustín) o extensión, que la misma de Dios.