CARLOS HORNELAS
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El modelo clásico de los medios –y luego de las plataformas digitales– se basaba en un intercambio claro: contenido (o conexión) a cambio de audiencias cautivas para los anunciantes. La televisión cautivaba franjas horarias, las redes sociales guiaban mediante algoritmos y métricas, y los buscadores como Google listaban resultados junto a enlaces patrocinados, redirigiendo tráfico hacia los comercios.
La irrupción de la IA generativa, como ChatGPT, rompe esa lógica. No redirige; responde. Ofrece una solución directa en la caja de chat, sin necesidad de clics externos. Esta comodidad para el usuario tiene un efecto colateral alarmante para quienes participan de la economía de la información: un desplome progresivo del tráfico web. Según The Business Times, portales científicos han visto caídas del 10% en visitas, y los de salud, un drástico 31%. Incluso Wikipedia pierde editores y lucha por su viabilidad, mientras los modelos de IA usan sus datos sin contribuir a su sostenimiento.
Este vaciamiento de tráfico es solo una cara del problema. La otra es la propiedad intelectual. Los modelos se entrenan con ingentes cantidades de datos de la web –incluyendo artículos de medios y entradas de Wikipedia–, pero su origen rara vez es transparente. Esto genera una paradoja letal: las IA usan y debilitan las fuentes que las alimentan, sin retribución ni reconocimiento sistemático.
Ante esto, medios tradicionales han demandado a OpenAI por uso ilegal de contenido. Sin embargo, algunas cortes han sorprendido al fallar a favor del argumento de las tecnológicas: el “uso justo” (fair use) como piedra angular para ofrecer IA gratuita. Este fallo, por ahora, deja en vilo la viabilidad económica de quienes generan la información original que sustenta las respuestas automáticas.
Donald Trump ha visto en esta situación un tema estratégico de posicionamiento internacional y ha expresado su respaldo a la Corte y a las empresas de IA con tal de tomar la delantera en este renglón y superar a China. Ha nombrado a diversas personalidades impulsoras de la IA como asesores de su administración a la par de despedir a la jefa de la Oficina de Derechos de Autor en EEUU.
Para muchos productores de contenido como los diarios y diversos portales, tanto la publicidad como la suscripción han sido las principales formas de ingreso. No obstante, si los usuarios ya no llegan a sus sitios en la web porque la IA les ha ahorrado el viaje con sus respuestas, no habrá incentivos para la generación de nuevo contenido, por una parte, y por otra, no tendrá sentido el negocio. Si lo que se produce terminará siendo ingestado y utilizado por la IA sin ninguna retribución, entonces, la pregunta es crucial: ¿Podrá sostenerse el ecosistema de información si la IA, en su ascenso imparable, socava los cimientos que la hicieron posible?