Por Ángel E. Gutiérrez Romero
Las artes decorativas -también llamadas aplicadas o menores- son aquellas enfocadas en la producción de objetos que tienen finalidades utilitarias y ornamentales. Bajo este concepto se engloban especialidades como la ebanistería, la orfebrería, la platería, la vidriería y la herrería. En Nueva España, estos oficios tuvieron un intenso desarrollo y derivó en la producción de una amplia variedad de objetos suntuarios destinados a embellecer residencias palaciegas, conventos y catedrales.
Muy poco se sabe del desarrollo de las artes decorativas en Yucatán durante el periodo colonial. La naturaleza misma de las piezas producidas por los maestros carpinteros, bordadores, plateros y doradores, así como el cambio en los gustos, las modas y la reutilización de las materias primas con que fueron hechas, ocasionaron que muy pocas llegaran hasta el presente. Sin embargo, la revisión de las fuentes documentales permite trazar algunos aspectos sobre el tema y rescatar los nombres de los artífices que trabajaron en la antigua provincia yucateca.
En el archivo capitular de la Catedral de Mérida se conservan documentos como inventarios, relaciones de bienes de clérigos y contratos de artistas, que resultan de gran valor para el conocimiento de la historia del arte virreinal de Yucatán. Entre ellos destacan los libros de inventario de la Sacristía Mayor en los que se registraba la cantidad y calidad de los ornamentos litúrgicos, vasos sagrados, muebles, libros y demás objetos con los que contaba el templo para su adorno y la celebración del culto religioso.
En un inventario de 1756 se consigna “Una estatua de plata del señor San Pedro, su pena de lo mismo, con pesos de ciento setenta y cinco marcos”.
Como un caso excepcional, este hermoso ejemplar del arte catedralicio ha llegado hasta la actualidad. Hace algún tiempo tuve la oportunidad de examinar la argenta escultura, la cual representa al Príncipe de los Apóstoles de cuerpo entero y con su iconografía característica, es decir, como un hombre anciano pero robusto, barbado, con pronunciada calvicie y vestido con una túnica de suntuosos drapeados y ricos decorados florales que simulan telas brocadas. En la mano derecha portaba dos llaves (actualmente solo lleva una) y en la otra sostiene un libro ricamente encuadernado; todo en plata. Está realizada con técnicas de plata fundida, repujada, puntillada y martillada, con detalles sobredorados.
El origen novohispano de esta pieza se constata con las cuatro marcas que presenta en la peana y permiten datarla hacia fines del siglo XVII y principios del XVIII. Se trata, en definitiva, de una auténtica joya del arte sacro yucateco.




