Mario Barghomz
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La filosofía del hombre y la mente comenzó en tiempos de Sócrates, que luego de la preocupación de los filósofos de la “phisis” (naturaleza) por ver cómo se había originado la vida y asimismo ver cuál era el elemento “arjé” (principio) originario (agua, aire, fuego o tierra), Sócrates se encargó de hacer la primera antropología que se ocupó de ver quién era el hombre. “Conócete a ti mismo” le habría sentenciado el Oráculo de Apolo en Delfos.
Y fue su discípulo Platón quien indagó sobre los pensamientos y las ideas humanas. La filosofía de Platón es la primera filosofía de la mente. Son las ideas las que, para Platón, hacen que las cosas sean y se llamen. Tanto el mundo de las cosas físicas como aquellas que no lo son (justicia, amor, bondad, verdad…) y son sólo el producto de nuestras ideas.
Y así como una cosa es resultado de una idea, es la idea, también, que luego le da nombre a lo que es. Pensemos, por ejemplo, que el mundo es una cosa, una cosa en el Universo llamado planeta Tierra. Quien le da nombre a esa cosa y lo piensa como planeta, es la mente humana. Y todo lo demás; tanto dentro como fuera del planeta.
Ahora sabemos que de la mente también se deriva nuestra consciencia, nuestros sentimientos y nuestras emociones. La mente es con lo que pensamos, sentimos y razonamos. Y es el pensamiento, nuestros sentimientos y nuestras emociones lo que determina nuestra vida.
Ser es pensar. Y pensar -dice Descartes- es dudar. Quien duda, piensa, quien piensa; existe. Y existir (tener vida) es nuestra gran tarea humana; una tarea en donde, sin duda, todo está incluido: pasión, alegría, tristeza, dolor, deseo, amor, melancolía…
Y qué sería del ser humano sin una cabeza, una cabeza que por naturaleza se diseñó por encima del cuerpo. Una cabeza hoy también llamada cráneo encefálico que por dentro contiene un cerebro, y dentro, como si fuera un chip de software, una mente.
Y tampoco ha sido fácil hasta ahora, determinar cuál es su verdadera función en cada una de sus partes específicas más allá de lo que sí sabemos de sus neuronas, sus áreas, regiones, glándulas y otras células que nos ayudan a comprenderlo en su relación con el cuerpo y la zona periférica de nuestro metabolismo.
Descartes, el filósofo francés del siglo XVII, hablaba de dos sustancias; la del cuerpo y la de la mente (el alma); la “res cogitans” (cosa que piensa) y “res extensa” (cosa del cuerpo). Esta filosofía cartesiana la conocemos como “dualismo”. Y fue esta filosofía de Descartes, este asunto de la separación entre una cosa y otra; lo que determinó el avance científico de su tiempo y todo el desarrollo posterior de la ciencia médica. Para los médicos, desde entonces, los asuntos del cuerpo siempre fueron asuntos del cuerpo que se atendían en el cuerpo, y no en el alma, en la mente o las emociones (aunque gran parte de la medicina de Hipócrates, ya lo observaba).
Pero la mente ha vuelto a tomar su lugar como aquello que dirige, siente o ejecuta en una franca relación simbiótica que Antonio Damasio, el neurocientífico portugués radicado en Estados Unidos, ha definido como “El error de Descartes”, al devolverle al cerebro su relación esencial y no de sustancia aparte con el cuerpo.
Hoy la ciencia médica está apenas entendiendo que muchas enfermedades del cuerpo, suelen derivarse de la mente, de sus sentimientos y emociones convertidas en depresión o ansiedad, y luego, en enfermedades somáticas. Baste decir, por ahora, que el hipotálamo (que se encuentra en el centro mismo del cerebro) es el encargado de regular el sueño, el hambre y la temperatura corporal, además de su incidencia en nuestra salud sexual. El Hipotálamo es el que determina nuestro equilibrio hormonal influyendo en la cantidad de su flujo desde la hipófisis, y la salud de nuestra memoria (sobre todo avanzada ya nuestra edad) por su cercanía con el hipocampo que registra cada aspecto de lo que hacemos en nuestra vida desde que tenemos consciencia.
El hipocampo, como parte de nuestro sistema nervioso central (SNC), decide una gran parte de sucesos de nuestro metabolismo, que creíamos sólo ocurrían ahí (en el cuerpo), pero que se derivan de lo que Descartes llamaba nuestra alma… nuestra mente.