Para don Andrés Solís Preciat, actual propietario de la Hacienda San Lorenzo de Aké, de la misma manera en la que se rescatan fachadas antiguas en las ciudades, deberían de restaurarse las casonas que en su mayoría se encuentran ya en el abandono y que son en realidad monumentos históricos.
-Es lamentable que no exista un museo del henequén, donde se exhiba todo lo relacionado con la evolución de las haciendas, con las maquinarias que había en las desfibradoras y cordelerías, porque las nuevas generaciones desconocen cómo se procesa esta fibra que durante más de un siglo fue la base de la economía en Yucatán– dijo a Peninsular Punto Medio este hombre, de 73 años de edad, quien cuida del buen funcionamiento de la propiedad que en el siglo XVII perteneció a Magdalena Magaña.
-Se está perdiendo la oportunidad de preservar estos vestigios históricos, actualmente quedan funcionando dos o tres desfibradoras de henequén, como nosotros que trabajamos tres toneladas a la semana, pero cada vez hay menos siembra, así es que en un futuro tal vez nos quedaremos como Sotuta de Peón y cuando vengan los turistas traeremos un viajecito de penca y los llevamos a la cordelería para mostrarles– comentó don Andrés, quien después de este preámbulo nos invitó a hacer un viaje a los orígenes de esta industria de la que recuerda, don Eulogio Salazar fue uno de los primeros promotores.
-Cuando llegaron los españoles, se fueron trabajar a la zona de Valladoild, donde estaban las tierras más fértiles porque nunca se habían trabajado, y de esta manera, las haciendas fueron primero ganaderas, luego maiceras-ganaderas, además de que se comenzaron a sembrar vastos de henequén, y el típico hombre de campo de esa zona tenía sus apiarios– detalló Solis Preciat, quien recordó que en ese tiempo no se sabía sembrar el oro verde y antes de cultivarlo en eras, lo plantaban en montón.
Llegó la Guerra de Castas, y muchos hacendados que tenían dinero emigraron a Cuba buscando la seguridad, y al finalizar el conflicto allá por 1845 todo quedó destruido y quemado, muchos llegaron a esta zona y retomando la idea que desde la época de la colonia tenían los frailes respecto del henequén, en el sentido de que el día en que se pudiera industrializar se resolverían los problemas económicos de los habitantes, comenzaron a buscar la manera de que se inventara una máquina para procesar las pencas que hasta se cubrían con cera y se enviaban a Inglaterra o Nueva York para que los inventores hicieran sus diseños.
En 1856 José Esteban Solís inventó la rueda raspadora que se giraba con un maneral para flagelar la hoja, con la que se dice que en 21 horas logró desfibrar 6 mil 300 pencas, luego le agregaron pedales y una mulita para trabajarla con la noria.
-En 1885, se trajeron del extranjero unos motorcitos de 60 caballos movidos por vapor anexos a una caldera. Se dice que cuando llegaron la gente salía a las calles para verlas. Acá tuvimos una, de ella me queda por allá un cigüeñal, su caldera estalló y tiró el techo de la desfibradora, que se terminó de destruir con el paso de los huracanes– detalló don Andrés .
Recordó que se acostumbraba tener desfibradoras ubicadas a una distancia de aproximadamente siete kilómetros entre ellas y que se comunicaban a través de la red ferroviaria que llegaba al puerto de Progreso y 40 mil kilómetros de rieles de Cauville, para el truck.
En Xcanchacán, una hacienda que fue muy grande y que tuvo dos pisos, la línea de ferrocarril pegaba a la bodega, tenían cosas que los otros no tenían como un carrito que no era tirado por una mula sobre las rieles, sino por un motor.
-Muchas cosas se pudieron guardar, la maquinaria evolucionó y cuando los ingenieros ingleses venían a ver cómo funcionaban sus máquinas, veían que mecánico de la hacienda ya le había hecho adaptaciones que funcionaban tan bien, que las incorporaban a los nuevos modelos– recordó.
La buena época llegó hasta 1937 cuando Lázaro Cárdenas, creó el ejido que no funcionó porque los campesinos tenían muchos problemas con las maquinarias y se dañaron, de modo que la producción se quedaba en el campo, y al no producirse fibra, las máquinas fueron parando. Entonces, se devolvieron los cascos y desfibradoras en las que se establecieron tarifas diferenciales de maquila para lo cual, se creó la empresa “Henequeneros de Yucatán”.
A la fecha no se siembra el henequén porque no tiene el precio suficiente para cumplir con las obligaciones fiscales y obrero patronales, además de que, por otra parte, la gente se fue del campo para trabajar en ciudades como Mérida o Cancún, y la que queda no sabe de ni siquiera de que tamaño se siembran los vástagos del henequén.
-Hasta hace 20 años producía entre 23 y 25 toneladas, hoy apenas tres semanales, lo poco que sacamos es para artesanías y para la producción de plantas de tabaco que requieren del sosquil para fijarse a una madera y puedan crecer– puntualizó.
Texto: Manuel Pool
Fotos: Luis Payán




