Mario Barghomz
mbarghomz2012@hotmail.com
¿Por qué la ignorancia no aparece consignada en los pecados capitales, así como sí se contempla a la pereza, la gula, la soberbia y la avaricia, si resulta igual de miserable y destructiva para el alma humana?. La Biblia casi no utiliza la palabra salvo en raras ocasiones, y la mayor parte de ellas con el sinónimo “necio”. Aunque la necedad, si bien es cierto, también es cuando se actúa con terquedad, falta de criterio y conocimiento.
El conocer (saber) es lo que nos permite entender las cosas, comprenderlas para actuar con prioridad o prudencia. Y el conocer, ya desde el pensamiento o la idea, es una guía instructiva para finalmente hacer algo bien.
Cuando hablamos de vivir, de simplemente hacerlo, de desear sentirnos bien o aprender a cuidarnos, de responder con paciencia o diligencia ante la impronta de situaciones adversas; nos conviene entender lo que pasa, el cómo o por qué pasa. El conocimiento es la gran herramienta a la hora de tener que resolver situaciones indeseables.
La ignorancia (personal o social) puede ser el peor de los estados posibles para un individuo o una nación. Porque sin duda de ella se derivan la indigencia, la miseria y la enfermedad; todo por lo que luchamos a veces para mantener nuestra salud y bienestar. El no saber excomulga, por decirlo así, a cualquiera de vivir una vida más deseable y feliz.
A través de la historia la ignorancia ha sido siempre una calamidad. Por ello; toda buena educación parte de la premisa de hacer entender a alguien, para que en ese entendido crezca de manera más conveniente, más digna y mejor. La cultura “per sé” siempre fue la clave de la civilización, de tal manera que haber carecido de ella, muchos de los pueblos más civilizados hubieran pasado a la historia como hordas bárbaras y primitivas.
Grecia sin duda es el mejor ejemplo de cultura occidental. De ellos (de los griegos antiguos) heredamos la música, el teatro, la escultura, la arquitectura, la literatura, la medicina y la filosofía. De tal manera que fue primero el mito, la matemática, la lógica, el pensamiento y la idea lo que luego nos permitió a nosotros, hombres ya de nuestro propio tiempo, abrevar en ese conocimiento para resolver todo aquello que se deriva del saber humano.
Hoy, sabemos que es la educación constante de la mente (el conocimiento) la que nos prepara para afrontar situaciones y dilemas que, de otra manera, no resolveríamos. Es la cultura la que ensancha nuestra perspectiva, la que nos permite observar de una manera más real y más cierta el mundo.
Una persona culta e instruida, será difícil que padezca lo que padece la ignorancia. El conocimiento nos salva -decía Sócrates-; es la sabiduría lo que nos permite entender y entendernos. En el mito griego; fue Prometeo quien robó el fuego divino del templo de Hefesto. Ese fuego robado del mismísimo Olimpo, significa el ingenio, la inteligencia y el conocimiento que desde entonces es lo que le permite al hombre, a diferencia del resto de los animales, ser lo que es y hacer lo que hace en un mundo que amerita no sólo ser reconocido, sino entendido para que el hombre nunca pierda el control de su dominio o su relación con él.
El conocimiento es la primera puerta o la última que debe abrirse a la hora de enfrentar una situación, sea esta simple o compleja. Un niño para poder andar y dar los primeros pasos ya por su cuenta después de haber aprendido a hacerlo; debe saber amarrarse bien los zapatos. De otra manera, no andará muy lejos y tarde o temprano se caerá.
Y la ignorancia no ayuda a levantarse. Es el conocimiento quien siempre nos permitirá no sólo mantenernos en pie, sino remontar y crecer más allá de la necesidad más precaria o la situación más miserable.