La escultura es entregada al INAH para su preservación por la familia Molina Casares, que muchos años la conservó como un elemento decorativo en El Pinar
Una imagen religiosa elaborada en piedra caliza, que se cree proviene de la Ciudadela de San Benito, específicamente del antiguo templo de San Cristóbal, demolido en el siglo XIX, fue entregada para su preservación al INAH por la familia Molina Casares, que muchos años la conservó como un elemento decorativo en los jardines de la Casona conocida como “El Pinar”.
La recuperación de dicho Patrimonio Cultural de Yucatán se realizó en el marco de las actividades por el aniversario 40 de la Declaratoria de Zona de Monumentos Históricos de la Ciudad de Mérida, Yucatán, cuyo decreto presidencial data de 1982.
La escultura, que representa a un personaje masculino que lleva en la mano un niño y en la otra una pequeña flor, tiene dimensiones de 148 centímetros de alto y 76 centímetros de ancho y un peso aproximado de 400 kilogramos.
La imagen recuerda la magnitud de los elementos arquitectónicos con que contaba el extinto complejo que en forma hexagonal se levantó con la idea de contar con una fortaleza para defender la ciudad de posibles sublevaciones indígenas o invasión de piratas.
Así es que, sobre un basamento maya, ubicado en la zona donde hoy se encuentran los mercados Lucas de Gálvez y San Benito, se levantó una muralla que abarcaba todo el perímetro que abarca desde la calle 65 al norte, la 54, la 69 y la 56.
Los muros eran de 12 metros de alto y de un grosor de 2.40 con seis baluartes, uno en cada esquina para vigilancia militar. En el costado poniente, adosados a la muralla, se construyeron el cuerpo de guardia, la casa del castellano, la sala de armas y el almacén de pólvora.
La Ciudadela de San Benito se inauguró en mayo de 1669 y en su momento contó con un convento dedicado a la Virgen de la Asunción, al que siempre se le conoció como de San Francisco, que en su interior contaba con las capillas de San Francisco; de la Soledad de María Madre de Dios; de San Cristóbal; de San Luis Rey de Francia; del Santo Nombre de Jesús; de San Diego y de San Antonio de Padua.
En los primeros meses de 1821, el último gobernador español, el mariscal de campo Juan María, dio cumplimiento a una orden de la Corte y procedió a desalojar a los franciscanos de su convento ubicado dentro de La Ciudadela, lo que ocasionó destrozos de muchas obras de arte y pérdida de valiosos documentos, libros y manuscritos.
En 1843, el Ayuntamiento construyó con parte de las ruinas de La Ciudadela y el convento, un edificio que por su almacenaje fue conocido como El Castillo; fue destinado para cárcel, pero en un principio se le utilizó como cuartel y almacén de guerra.
La prisión se trasladó a este lugar después del triunfo de la República en 1868, y allí continuó hasta 1895 en que se abrió la Penitenciaría Juárez, al poniente de Mérida. Antes, en 1856, se había establecido en algunos edificios vacíos la Escuela Correccional de Artes y Oficios, pero duró muy poco tiempo.
Fue en mayo de 1869, tras un motín, que el Ayuntamiento comenzó a demoler la parte sur del cerro, los bastiones de la Soledad y San Cristóbal, las murallas del sur y el antiguo cuartel.
Con los gruesos muros de la Iglesia de la Soledad se hizo un añadido al Castillo, se construyó una planta alta, se colocaron almenas en todo el remate superior y se comunicó con la calle 67 por medio de una rampa que desde entonces se denominó la “bajada del castillo”.
Finalmente en 1907, La Ciudadela fue cedida por el Ayuntamiento a la compañía de agua potable y hasta 1948, se completó la demolición del complejo del que sólo quedaba el Castillo y restos del Convento.
El acto protocolario de la entrega recepción de dicho bien cultural estuvo presidida por el antropólogo Diego Prieto Hernández, director general del INAH; y por el antropólogo Eduardo López Calzada, director del Centro INAH Yucatán.
Por su parte, Diego Prieto Hernández precisó “que la Secretaría de Cultura del Gobierno de México, agradece a la familia Molina Casares, la entrega voluntaria de dicho bien cultural, lo que permitirá al INAH continuar incrementando los acervos históricos de Yucatán, para la recuperación de la memoria histórica de México y para el fortalecimiento de la identidad nacional.
También estuvieron por parte de la familia Molina Casares, Mario Arturo Sebastián Molina Casares, y Juan Francisco Molina Casares, Allan Molina Álvarez y Miguel Ángel Jorge Jorge.
Durante el evento, el Ayuntamiento de Mérida fungió como testigo del significativo rescate, mismo que fue representado por el arquitecto Federico Sauri Molina, director de Desarrollo Urbano y la arquitecta Laura Sáenz Cetina, subdirectora de Patrimonio Cultural, quienes precisaron la importancia de la recuperación del Patrimonio Cultural Yucatán.
Texto y fotos: Manuel Pool