Imborrables recuerdos en un paseo por el barrio de San Juan

En sus épocas doradas, la gente acudía a misa temprano y luego se quedaba a disfrutar de películas en el cine

Ubicado a 200 metros de la plaza principal de Mérida, razón por la que en la actualidad es un barrio comercial San Juan, dice el profesor Víctor Manuel Pinto Matos en su obra “Cuatro  barrios memorables de Mérida”, tiene como sus íconos más representativos el arco situado sobre la calle 64 la iglesia de San Juan Bautista y el Monumento a Benito Juárez.

Fue a principios del siglo XVII que se construyó la ermita dedicada a San Juan Bautista, como una promesa que hizo el Ayuntamiento para pedir la intercesión divina para que se acabara una plaga de langosta que azotó los campos y produjo hambre. En 1552 era una construcción pequeña, cuyas obras de ampliación se terminaron el 23 de junio de 1770, según una placa grabada en piedra que se halla en el muro de su costado sur. Desde entonces la plaza fue llamada de San Juan, y era el barrio donde terminaba la ciudad hacia el sur.

En el mismo siglo XVII, se construyó en la calle 64, precisamente a la salida del Camino Real de Campeche, el arco conocido como San Juan, y que, al igual que otros ocho que se levantaron en la época de la colonia, fueron parte de un proyecto de amurallamiento que se pretendió hacer en la ciudad como una medida de seguridad contra los piratas.

Fue en el año 2021, en plena pandemia, cuando el profesor  Pinto Matos editó esta obra, de la cual, el ingeniero René Flores Ayora nos compartió con mucho afecto un ejemplar,  cuyos capítulos nos permiten hacer un viaje al pasado, a los tiempos en los que la chiquillería de entonces, después de escuchar la misa de las siete de la mañana, acudía a disfrutar de la matiné que se ofrecía en el Cine San Juan, para disfrutar de las aventuras de Tarzán y su inseparable Chita o reír con las ocurrencias de Viruta y Capulina; eran los tiempos de la permanencia voluntaria.

Si usted ha tenido la oportunidad de cruzar por la calle 68 por 71 donde actualmente existe un hotel llamado precisamente El Álamo, existió un árbol, nos dice don Víctor, que dio nombre precisamente a la tienda que en los años 50 era propiedad de don Juanito Lugo, quien cada año el 24 de diciembre a partir de las 5 de la tarde invitaba a todos los niños para que en orden pasaran a la tienda a recibir su obsequio navideño: una bolsita repleta de dulces.

También esta tienda es muy recordada porque en ocasiones los fabricantes de refrescos de la época enviaban uno de sus carros de sonido con un proyector para ofrecer funciones de cine, utilizando las paredes de las casas como pantalla para lo cual, la calle se cerraba al tránsito y servía como una improvisada luneta.

Como alguien diría, lamentablemente nada es eterno, y don Juanito cerró su tienda ya que la familia Alan Duarte le compró la propiedad para convertirla en hotel, así es que se vio en la necesidad de trasladarse a un predio ubicado a unos 30 metros con rumbo a la esquina de la Mora, cambiándole el nombre a su negocio por el de “Buena vida”, el cual  ya en sus últimos años, cambió de giro comercial para convertirse en una cantina.

Otro de los amenos recuerdos que nos comparte el profesor Pinto Matos, es el de los sábados por la mañana cuando los chicos asistían a las clases de catecismo en la iglesia de San Juan.

“Al terminar nos daban puntos por nuestra asistencia, unas fichas que eran acumulables y que al llegar la Navidad se canjeaban por juguetes”, recordó.

Finalmente, el autor recuerda a varias de las vecinas de este barrio como doña Guadalupe Manzanilla Tejero, quien fue fundadora del Gremio de la Asunción y que participaba en la fiesta anual de la iglesia de San Sebastián, también a doña Esperanza Barrera Ortegón y a doña Sarita Sierra, así como también a doña Amelia e Irma Manzanilla, en cuya casa se hacían las novenas del Niño Dios, y quienes  también organizaban las posadas con un recorrido que se hacía por las calles aledañas a la esquina del Álamo.

“Los asistentes llevaban faroles y velas, además de panderetas y sonajas, al terminar los rezos de rigor se rompían piñatas y se organizaban juegos chuscos para terminar con un alegre baile”, recuerda el autor.

Texto: Manuel Pool Moguel

Fotos: Cortesía