Inicia la guerra de lodo

Carlos Hornelas
carlos.hornelas@gmail.com

De acuerdo con la legislación vigente en materia electoral, el 18 de enero terminan las precampañas, es decir, este lapso en el cual los partidos políticos ponen a contender a sus aspirantes más connotados y definen finalmente quién los representará en la boleta como candidato (a) a la presidencia.

En Estados Unidos a esto le llaman “elecciones primarias” y las precampañas se dirigen fundamentalmente a los militantes de los partidos políticos para que participen del proceso.

Como se sabe, en esta ocasión las distintas fuerzas políticas han decidido coaligarse en lo que llaman “acuerdos de unidad”, de tal modo que, no habiendo encuentros entre distintos aspirantes, la candidatura presidencial estaba ya definida antes de cualquier etapa establecida por la ley en la materia. Lo cual hace que esta fase sea totalmente intrascendente para quienes no militan en ninguna fuerza política. Es, además, innecesariamente costosa para los contribuyentes puesto que en este caso no tenía razón de ser: no había contendientes, solamente el dedazo de uno y otro bando.

No obstante, si el espíritu de estas precampañas continúa en el mismo tono durante las campañas electorales, podemos esperar un proceso marcado por el desgano, la murria y totalmente desangelado.

Además de la ausencia de propuestas, las virtuales candidatas no han conseguido conectar con el electorado, no hay pasión. Los discursos se sienten huecos, fofos y mecanizados.

En lo que se refiere a sus seguidores, se advierte una mayor polarización y una sensibilidad a flor de piel que los prende a la menor provocación. Si bien, se ha guardado cierta compostura en los eventos masivos, en lo que se refiere a las redes sociales la guerra de memes está en auge. Unos y otros compiten por ver quién es capaz de ridiculizar más al contrincante. Explotan los aspectos más primitivos de esta sensiblería irracional en sus mensajes soeces y belicosos como el origen racial, la vestimenta, la “capacidad intelectual”, la forma de hablar, la apariencia, el hecho mismo de ser mujeres y otras tantas más, que solamente denigran a la persona y no atinan a criticar ninguno de los programas o propuestas políticas que defienden. El insulto se ha constituido en moneda corriente en los “intercambios” de ideas o “debates” de las huestes de una y otra en la red.

El nivel de la contienda ha demeritado el discurso, la expresión y el contenido y solo ha provocado que electorado se convenza de que no quiere ser parte de la guerra de lodo ni quiere resultar salpicado. Se corre el riesgo de que, ante el hartazgo de esta intercambio de insultos, crezca el abstencionismo. Cada vez la gente está más convencida que los políticos que contienden, en cualquier puesto y en cualquier nivel, no son representantes de su voz ni de las causas populares.

A esto hay que añadir que, el presidente ha intervenido en el proceso desde el inicio y ha buscado incidir en las preferencias electorales, como lo hacían sus antecesores, hayan sido del PAN o del PRI, hay que decirlo. Dice ser diferente, pero los hechos lo desmienten.

Durante meses se encargó de echar habladas en la mañanera a Xóchitl Gálvez con alusiones personales en lugar de centrarse en sus ideas y cuando aquella pidió su derecho a réplica,  se lo negó convirtiéndola en la candidata de la oposición.

Quien debería señalar estos excesos y poner orden en la contienda, la llamada autoridad electoral, desde la nominación de las llamadas “corcholatas” ha tenido una serie de intervenciones tibias y medrosas que poco han abonado al orden y cumplimiento de la ley y sus reglamentos. Como reza el refrán: “El poco hablar es oro y el mucho es lodo”.