Juventudes mexicanas en cifras

SOFÍA MORÁN

Uno de los mayores aprendizajes de mi participación en el Campamento de Juventudes Interseccionales por el Espacio Cívico, organizado por The Hunger Project México, fue profundizar en el análisis del contexto de las juventudes en nuestro país. Según el marco normativo del Instituto Mexicano de la Juventud, se considera joven a quien tiene entre 18 y 29 años. Sin embargo, detrás de esta definición, aparentemente sencilla, se esconde una realidad compleja y fragmentada.

El Informe de Desarrollo Humano de las Juventudes en México revela cifras contundentes: en 2022, el 37.5% de las personas jóvenes vivían en situación de pobreza, el 5.7% hablaba una lengua indígena, el 2% se identificó como afrodescendientes y el 8.5% vivía con alguna discapacidad o condición mental. Estas estadísticas, aunque valiosas, solo son la punta del iceberg.

Más adelante en el informe, se presenta el Índice de Desarrollo Humano de las Juventudes (Idh-j) que permite evaluar el bienestar y la eficacia de las políticas públicas. En 2022, este indicador mostró marcadas desigualdades entre entidades federativas: Ciudad de México, Nuevo León, Campeche, Sonora y Baja California lideraron el ranking, mientras que Chiapas, Guerrero, Oaxaca, Michoacán y Veracruz ocuparon los últimos lugares. Yucatán, por su parte, se ubicó en la posición 17, justo a la mitad de la tabla.

Estos datos confirman que México no es un escenario homogéneo. Las oportunidades y condiciones de vida varían drásticamente según la región, pero también dentro de cada Estado, donde persisten brechas internas entre zonas urbanas y rurales en acceso a salud, educación e ingresos. Sin embargo, hay un vacío preocupante en estas mediciones: el informe solo considera a las juventudes que forman parte de la “formalidad” (quienes estudian, trabajan o están integradas en sistemas reconocidos por el Estado). ¿Qué pasa con quienes quedan fuera? Las juventudes no institucionalizadas, aquellas que sobreviven en la economía informal, que no tienen acceso a educación remunerada, que son víctimas de reclutamiento forzado por el crimen organizado o que simplemente existen al margen del sistema, no aparecen en estas estadísticas. ¿Qué tanto cambiarían las cifras?

¿Importa medir lo que no se ve? Como bien dice el principio: “Lo que no se mide, no se puede mejorar”. Pero más allá de las cifras, lo crucial es analizar críticamente estas omisiones. Las brechas invisibilizadas condicionan el desarrollo humano y perpetúan barreras estructurales que impiden a miles de jóvenes alcanzar su potencial.

La perspectiva de juventudes no se reduce a seguir tendencias en redes sociales o adoptar un lenguaje coloquial. Se trata de diseñar estrategias integrales, interseccionales y sostenibles que reconozcan la diversidad de realidades y aspiraciones que coexisten en México. Solo así lograremos un verdadero cambio, donde ninguna juventud quede atrás.