Angel Canul Escalante
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Hace unos días en México, los legisladores dieron un avance importante en un tema el cual se pensaba improbable en estos tiempos: reducir la jornada laboral de 48 a 40 horas semanales. La reforma constitucional para trabajar menos horas a la semana planteó el inicio de un debate que ciertamente hemos tenido muy poco en nuestro país y que, sobre todo, trae consigo mitos, estigmas y una preocupante desinformación.
Desde hace ya varios años se sabe que nuestro país es uno de los que más horas trabaja a la semana y que ello no está relacionado proporcionalmente con los niveles de riqueza de cada persona. Es decir, que por más que uno trabaje demasiado eso no significa que perciba un mayor ingreso que el promedio. También se ha evidenciado los altos niveles de estrés y enfermedades mentales consecuencia de las altas cargas de trabajo en los mexicanos. A pesar de todo lo expuesto anteriormente, en nuestro país se rinde culto a desvivirse por el trabajo. En todas las clases sociales es bien visto y aplaudido el estar inmerso horas, días y semanas en actividades laborales. Consecuentemente, quien no trabaja (a menudo por falta de oportunidades laborales) o quien de forma consciente decide trabajar sólo lo necesario, se lleva una etiqueta social de fracasado o mediocre.
La reforma mueve hebras sensibles en una sociedad que no conoce otra cosa más que trabajar para vivir y vivir para trabajar. Es necesario y urgente que nos plantemos otros escenarios donde el trabajo sea visto como lo que es: un medio. La absolutización del trabajo es síntoma de un sistema que explota e individualiza a los trabajadores, donde la competencia interminable deshace los lazos y el sentimiento de comunidad que son necesarios para la organización y la lucha por los derechos laborales. Reducir la jornada laboral y abrir el debate de ello es importante porque también pone sobre la mesa la posibilidad de tener tiempo para dedicarse a cosas realmente significativas. En palabras de Sarah Jaffe, el trabajo no nos regresará el amor que le damos, al contrario, la devoción hacia él nos mantiene explotados, agotados y solos.
En este momento de la historia parece incluso irracional que trabajemos tanto. En el ensayo Las posibilidades económicas de nuestros nietos, publicado en 1930 por el famoso economista John Maynard Keynes, el autor afirmó que en 100 años el problema de la escasez (el gran problema de la economía) se vería resuelto y, a partir de ello, junto con el avance tecnológico únicamente tendríamos que trabajar 15 horas a la semana. Sin embargo, Keynes falló en su predicción en dos puntos: alcanzamos los niveles de abundancia y riqueza planteados en sólo 50 años; segundo, hoy seguimos trabajando tanto como hace un siglo.
Son varias las ocasiones en las que me he encontrado con personas que su mayor preocupación no es si tendrán un ratito digno, sino la misma idea del retiro; visto de otra forma, el temor por dejar de trabajar. Ante tal panorama, considero que es buen momento para comenzar a plantearnos qué haríamos con nuestra vida sin el trabajo, pues es muy probable que hoy otro economista falle en su predicción y la obsolescencia de la mano de obra del ser humano se encuentre más cerca de lo que imaginamos.