Ángel Canul Escalante
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Sólo tengo reminiscencias de cuándo fue la primera vez que escuché la expresión “En política no hay amigos”. Tal sentencia se evidencia como una realidad cuando uno observa las circunstancias políticas. Se podría decir que “En el poder no hay amigos, lo que hay son aliados”, como menciona el psiquiatra Adolf Tobeña, autor del libro Cerebro y poder. Lo anterior parece saberse bien en el ambiente político, se da por sentado y se actúa bajo esa premisa. Confiar demasiado en alguien se entiende como un error, uno debe andar con cuidado y estar siempre alerta.
En La sombra del caudillo de Martín Luis Guzmán también hallamos palabras que buscan exponer la imposibilidad de la amistad en la política: “En el campo de las relaciones políticas, la amistad no figura, no subsiste. Puede haber, de abajo-arriba, conveniencia, adhesión, fidelidad; y de arriba-abajo, protección afectuosa o estimación unitaria. Pero amistad simple, sentimiento afectivo que una de igual a igual, imposible. […] De los amigos más íntimos nacen a menudo, en política, los enemigos más acérrimos, los más crueles”.
Hay más de una razón por la que alguien podría coincidir tanto con el argot popular como con ambos autores. En su artículo La amistad en política, el politólogo Fermín Rivas identifica tres aporías exteriores del sentido común, a saber, tres dificultades que se presentan durante el ejercicio del poder que dada su naturaleza “empañan, cuando no aniquilan, la amistad en la política”; se trata de la ambición, la envidia y la competencia. Según Rivas, en las democracias representativas el poder toma forma de pirámide en donde en la punta se encuentran los tomadores de decisiones y en la base la población representada. No obstante, tal forma indica que los que deciden son una minoría por lo que existen espacios muy limitados a los que alguien puede aspirar, ante lo cual la escasez se configura como la lógica que dará forma a la dinámica del poder político. La ambición va de la mano de la envidia, pues uno no podría ascender en la pirámide si detrás no existiera esa primera fuerza que impulsa hacia arriba mientras la segunda repele hacia los lados. Fruto de la envidia se dará lugar a cálculos y maniobras que eliminarán a los enemigos. Este entramado se encuentra supeditado a la competencia, la cual rige la dinámica interna que se da al existir pocos espacios en la cima.
Ante lo ya descrito cualquiera pensaría que la política es una lucha de lobos contra lobos y nadie que esté bien de sus facultades optaría por ella de tener otras opciones. Empero, considerar la amistad incompatible con la política no sólo es un error sino da continuidad a que sólo los más desalmados entren al juego y que esta ni se plantee como una vocación para gente honesta.
La amistad, en tanto virtud y auténtica, es el centro de la identidad compartida que hace posible la vida en común de los diferentes. “Sin amigos nadie querría vivir”, dijo Aristóteles. Para el filósofo, la amistad también constituye el lazo de las ciudades, se sobrepone incluso a la justicia, que toma un carácter innecesario cuando la verdadera amistad es practicada. Para los griegos la amistad era una forma de amor, en ella se regocija la seguridad y confianza entre quienes nunca se harían daño. Hacer amigos en política es imperativo dada la forma desgastada con la que se ejerce hoy. Lobo por lobo y seguiremos devorándonos entre todos.