La casa del Kuk Kan Kin y la leyenda del monje sin cabeza que castigaba a los desobedientes

El antropólogo Sergio Grosjean Abimerhi presenta su libro Calles, Esquinas y Arcos de Mérida, donde narra leyendas que envuelve a la capital yucateca, como la del monje sin cabeza

En días pasados, el antropólogo Sergio Grosjean Abimerhi presentó el libro “Calles, Esquinas y Arcos de Mérida”.

“Es el resultado de varios años de investigación de arqueología histórica que, en lo personal, me aclara muchas dudas que tuve desde mi maravillosa infancia”, indicó el autor en sus redes sociales, donde promueve esta magnífica obra en la que nos ofrece mucha información referente a la etapa colonial de nuestra ciudad, como es el caso de una antigua casa ubicada en la calle 64 entre 71 y 73, la llamada “Kul Kan Kin”, que luce en la parte superior de la fachada lo que parece ser un monje sin cabeza.

Al respecto, citó el antropólogo Grosjean a su amigo, el investigador Carlos Evia, en torno a esta leyenda, que el cura sin cabeza acude para llevarse a los niños desobedientes y bulliciosos, y también a los adultos que alteran el orden y la paz social, y dependiendo de qué tan grave fuera la falta, era la manera de aplicar el castigo que podía ir desde cortarle la lengua a la persona para que a su regreso no divulgara donde estuvo, o de plano nunca regresar.

Se cuenta que después de estar varios días desaparecidos, los papás de tres niños pidieron la intervención de un J’men o sacerdote maya, y estos aparecieron a los tres días, temblando de miedo sin poder divulgar donde estuvieron.

La casa en la que se encuentra esta figura de piedra (del siglo XVII según la aparente fecha de edificación), posiblemente se encontraba en el monte. En la actualidad, la calle 64 es una de las pocas que conservan su adoquín, que se dice llegaba en los barcos cargueros como contrapeso, y al respecto, en otro de los capítulos de su obra, Grosjean Abimerhi relata que a mediados de 1965, cuando se restauró la Ermita de Santa Isabel, el entonces alcalde Agustín Martínez de Arredondo tuvo la visión de retirar en varias calles el chapopote o asfalto para sustituirlo con los ladrillos conocidos como adoquines de la marca “Metropolitan”, y miden 21 centimetros de largo por 10 de ancho.

El cura sin cabeza acude para llevarse a los niños desobedientes y bulliciosos, y también a los adultos que alteran el orden y la paz social, y dependiendo de qué tan grave fuera la falta, era la manera de aplicar el castigo: cortar la lengua a la persona para que a su regreso no divulgara donde estuvo o nunca regresar.

Otra de las historias que se comparten en el nuevo libro “calles, esquinas y arcos de Mérida”, que por cierto está a la venta en la librería de la Revista Proceso en Plaza Diamante, calle 62 por 63 en el centro de la capital yucateca, es la relativa al “Monifato”, cuya figura original se encuentra en el Museo de la Ciudad, y que proviene del predio ubicado en la calle 65 con 42, donde ahora hay una copia.

Con respecto a esta esquina, autores que vivieron en el siglo XIX citan historias similares; palabras más palabras menos, escribe Grossjean, quien destaca que Eligio Ancona en su obra “Historia de Yucatán”, habla de una piedra de sillería que representaba al rey Fernando VII erigida en 1815 en una de las glorietas de La Alameda y que era protegida por una verja de hierro, y según narra la tradición popular, al momento de la Independencia ésta fue derribada y rescatada por un tendero que la instala en la cúspide de su casa y desde aquellos tiempos se le llama así a la esquina: “El monifato”.

Por su parte, el escritor Gerónimo Castillo menciona que entre los años de 1815 y 1816 se colocó en la glorieta del lado oeste de La Alameda, por orden del teniente y auditor de guerra Juan López de Gavilán, una estatua del rey Fernando VII, la cual fue asaltada la noche del 11 de mayo de 1820 amaneciendo al siguiente día con un sombrero vaquero en la cabeza, una cuerda al cuello y un plátano en la mano en lugar de cetro.

Sin duda que vale la pena adquirir y disfrutar de esta obra, que mucho aportará para sentirnos orgullosos de ser meridanos.

Texto: Manuel Pool

Fotos: Cortesía