Por: Ángel E. Gutiérrez Romero
La mañana del doce de diciembre de 1763, una solemne ceremonia se llevaba a cabo bajo las monumentales bóvedas de la Catedral de Mérida: fray Antonio Alcalde, obispo de Yucatán, llevaba a cabo la dedicación o consagración del templo catedralicio que, no obstante de haber sido concluido desde fines del siglo XVI, permanecía sin aquella condición litúrgica.
Este importante acontecimiento en la historia de la catedral quedó registrado, “para perpetua memoria”, en los archivos capitulares, lo que permite conocer algunos aspectos del inusual ritual. Desde el día 9 del propio mes de diciembre, el obispo había decretado dos días de ayuno como preparación espiritual para el clero y los fieles. En la tarde del domingo 11 se velaron en la Puerta del Perdón, “con toda veneración y decencia”, las reliquias que se colocarían bajo el ara del altar mayor del templo.
Llegado el día 12, el obispo Alcalde, acompañado del cabildo de canónigos de la catedral, dio inicio a la procesión en la que se trasladaron al altar mayor las reliquias de san Simplicio, san Eustaquio, santa Coronata y santa Inocencia, mártires de los primeros siglos de la cristiandad. En la Puerta del Perdón, el arcediano, Dr. Buenaventura Monsreal, leyó en voz alta, los capítulos del Concilio de Trento correspondientes a semejantes actos.
Una vez concluida la procesión, comenzó la misa solemne, cantada por el Dr. Joseph Martínez, deán de la Catedral, asistido por los curas del Sagrario, Juan Montes y Francisco Solís. Llegado el momento indicado del ritual, el obispo Alcalde, ataviado con ricos ornamentos, bajó de su sitial y procedió a la consagración del templo. El ara y las cruces empotradas en los muros catedralicios —que hasta la fecha pueden observarse— recibieron la unción del crisma, mientras que el humo del incienso que emanaba de un pebetero colocado en el centro del altar, perfumó todo el interior del sagrado recinto. Los canónigos, capellanes de coro y cantores entonaron la Letanía de los Santos en tanto el obispo depositaba en el sepulcro del altar, según los antiguos rituales cristianos, las reliquias de los santos antes mencionados.
Con esta solemne celebración litúrgica, la Catedral de Mérida, centro espiritual del obispado de Yucatán, quedaba para siempre consagrada para el culto divino. A partir de entonces, en sus altares y retablos estarían presentes los santos de la corte celestial, que desde ese momento se constituían en abogados de los habitantes de la ciudad.
Finalmente, los canónigos determinaron que “el rezo y celebración de dicha consagración” se conmemorase el 14 de enero, con su correspondiente octava, y no el propio 12 de diciembre, por la coincidencia de la fiesta de la Virgen de Guadalupe”. De este modo, anualmente, durante nueve días, del 14 al 22 de enero, se celebraría la consagración del templo, para culminar el día 23 con la fiesta de San Ildefonso de Toledo, santo patrón titular de la catedral meridana.
Por: Ángel E. Gutiérrez Romero