Mary Carmen Rosado Mota
@mary_rosmot
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Ayer comenzó oficialmente una nueva edición de la Copa del mundo de la FIFA, y desde antes de su inauguración ya era considerada una de las más polémicas y controversiales de las últimas décadas. Honestamente, a estas alturas de poco sirven las declaraciones de Joseph Blatter, ex presidente de la Federación Internacional de Futbol en 2010, cuando se anunció la sede del mundial 2022, buscando más repartir culpas con respecto a quiénes fueron los países o confederaciones que podrían haber estado coludidos para decantarse por el país de Medio Oriente frente a las otras opciones.
Lo que resultaría más significativo es cuestionarse porqué se aceptan como candidatos si no cumplen con los valores que, en teoría, se supone busca promover esta federación a través del deporte y de la realización de eventos de la magnitud del mundial de futbol. El discurso de unir al mundo parece quedar corto cuando no volteamos a ver lo que ocurre adentro del país anfitrión.
Tampoco ayudan mucho las declaraciones de Gianni Infantino, actual presidente de la FIFA, olvidando su posición de directivo defendiendo a capa y espada al país anfitrión a expensas de lanzar críticas contra aquellos que han levantado la voz por las incongruencias de esta edición. Como si nadie tuviese el nivel moral merecedor para indignarse por la realidad que viven muchas personas en Qatar.
¿Un boicot al Mundial sería la respuesta? No, tampoco. Porque un torneo como este se realizaría con los equipos que fuesen, sean los 32 clasificados u otros que aceptaran venir. Lo que sí puede servir es utilizar la exposición mundial de este evento para enviar importantes mensajes que ayuden a visibilizar las problemáticas que existen en Qatar y en otras partes del mundo, porque el camino por un mundo más tolerante es un trayecto que a muchos les falta recorrer.
Incluso entre las desafortunadas declaraciones de Infantino, cuando se autodenominó de muchas formas en un intento de parecer más incluyente, olvidó asumirse como mujer, y la desigualdad que viven también es importante hacerla notar. Por eso, aunque hay quienes crean que es más una estrategia de corrección política incluir por primera vez a mujeres en el mundial varonil, en realidad es un mensaje que va mucho más allá.
Así como iniciamos el año conociendo el caso de Paola Schietekat, mexicana condenada por la ley de Qatar a un castigo arcaico, que al final se logró disolver, me llena de orgullo que Karen Díaz, una mujer mexicana, sea una de las encargadas de impartir justicia en este mundial, al menos desde la cancha.
Y no será la única, las árbitras centrales Stephanie Frappart (Francia), Salina Mukansanga (Ruanda), Yoshimi Yamashita (Japón) y las laterales Neuza Back (Brasil) y Katryn Nesbitt (Estados Unidos) completan una terna histórica para demostrar que las mujeres igual son un elemento importante en cualquier deporte. Y no es por compromiso, es porque con su trabajo ellas se ganaron un lugar para estar presentes.
Vistiendo una playera “invisible” o usando un brazalete de capitán especial, algunas selecciones ya tienen en marcha la forma en la que llevarán su protesta a la cancha. También lo puede hacer la afición, apoye a su equipo, grite con emoción sus goles, pero no voltee la mirada ante las injusticias o desigualdades porque en la copa de la vida esto no es solo futbol.