La factura de los años

Mario Barghomz
mbarghomz2012@hotmail.com

Para muchos, para algunos…no, para la mayoría supongo, aunque tampoco es una suposición sino una estadística médico-científica; los años les llegan con factura.

Sí; lamentablemente para la mayoría humana la vida no pasa en vano. Y todo lo que se vive, como se viva, tiene un costo con el devenir de la edad. El precio por vivir es el proceso degenerativo de nuestras células que, llegada cierta cantidad de años, se hará evidente a través de una serie de minusvalías, incapacidades, falta de energía natural, descompensación homeostática de nuestro sistema metabólico, rigidez cerebral (pérdida de memoria, incapacidad cognitiva, demencia y poco entusiasmo por los cambios y las cosas nuevas del mundo), incapacidad visual, auditiva y de movimiento, falta de calcio en los huesos, amén del consabido rosario típico de enfermedades crónicas y degenerativas “propias de la edad” (según la ciencia médica).

Con la edad el cuerpo tiende a perder su flexibilidad y la lubricación también natural de sus tejidos, su armonía y su balance (homeostasis) que en edades más tempranas nos permitían estar más saludables, o al menos, ser menos vulnerables. Sin duda los años “pesan”. Pero la gran pregunta es cuánto peso deberá cargar una vida por lo que hizo o no hizo cuando los años no eran tantos. ¿De cuánto será la factura que deberá pagar esa mayoría de viejos enfermos en estado degenerativo?

Pero al mismo tiempo también se trata (habrá que tomarlo en cuenta) de la buena o mala herencia genética. Porque muchas veces; enfermedades, humor (sobre todo el inconveniente y malo) y temperamento ya están ahí desde nuestro nacimiento. Y de acuerdo a los últimos estudios de la nueva ciencia epigenética; desde antes de nuestro nacimiento por el tipo de vida que también llevaron nuestros padres y luego repercutió en la nuestra.

Ahora sabemos, de acuerdo a la investigación científica, que la vida (la de todos) no viene “tabula rasa”, sino revestida o cargada con la buena o mala herencia genética de nuestros padres. De tal manera que buena o mala; toda factura impuesta con los años, contendrá también la cuenta a cargo del ADN de nuestros progenitores. Costo, sin duda, que deberá pagarse y que en parte, será también heredado a nuestros propios hijos, y por consecuencia a nuestros nietos.

Sin embargo la buena noticia es que toda factura (larga, costosa o pesada) y toda herencia; son reversibles. Y todo lo que ciertamente a veces parece imposible, puede arreglarse. Los años acumulados en nuestro cuerpo y en nuestra mente, no necesariamente tienen que ser lamentables. No si aprendemos a ser inteligentes y sabios con nosotros mismos, para activar o desactivar, desde nuestro genoma, genes que nos fortalezcan (y activarlos) o genes que nos deterioren (y desactivarlos).

Hablamos de entender la vida, por supuesto, y no de “vivir a lo tarugo” como dirían ciertas viejas abuelas. Me refiero a la vida noble, honesta y buena. A la vida no tóxica ni ansiosa, ni ambiciosa, temerosa o egoísta, a la vida no triste, depresiva o solitaria, a la vida no grosera sino amable, a la que se vive sin rabia y sin envidia, con amor, con lealtad y con afecto, a la vida cordial, atenta y generosa.

Qué factura tendría que haber pagado Sócrates (nos diría Platón) por dirigirse de manera virtuosa y sencilla al final de su destino. Sin duda un hombre justo, sabio y bueno que murió de manera ejemplar, como se dirá al final del Diálogo donde se cita su ejecución. Tenía 71 años.

Por qué entonces los paradigmas y tanto cliché sobre la mayoría de edad que, si bien es cierto, parece una de tantas enfermedades incurables (la vejez). Aunque tampoco estamos ya lejos de deshacernos de su peso y sus facturas, como dije, a través de las nuevas herramientas de la Ciencia Epigenética.

Pero sin duda la moraleja de esta reflexión filosófica sea la de aprender a disfrutar mejor de nuestra vida, a entenderla mejor sin despreciarla; a no sufrir el presente recitando la nostalgia del pasado, como dicen muchos (la mayoría); de sus mejores años.

¡Que sean estos, los de ahora, nuestros mejores años!