La fuerza que unifica a la familia es el amor

Por: Roberto A. Dorantes Sáenz

 

Conforme transcurre el tiempo las familias se han modificado accidentalmente, por ejemplo las familias de la generación de mis abuelitos eran de ocho Y hasta de catorce hermanos; en el caso de mis padres se redujo el número de cinco a ocho, en el caso de mi generación por lo común son familias de tres a cinco hermanos, Y con la generación actual vemos que el número de hijos es de uno hasta tres.

A pesar de que las familias son distintas a través de las generaciones, como ya vimos en cuanto al número de hijos, debemos considerar que la esencia de la familia es única e inmutable por su misión, por su origen y por su naturaleza. Es muy grande la dignidad de la familia.

En el plano meramente natural, por voluntad expresa de Dios, es el fundamento de la sociedad, y por eso merece especial solicitud de la autoridad civil.

Pero, además, es parte del fundamento de la Iglesia y uno de los medios queridos por Dios para realizar su crecimiento.

Podemos hablar en el plano intelectual sobre la familia, donde cada integrante coopere con la realización de la misión específica que tiene en la familia.

Sin embargo la realidad es otra, porque todo lo creado es perfectible. ¿Y qué quiero decir con esto? Que no existe ser creado perfecto, todos cometemos errores, por eso la importancia de revalorar nuestros defectos, combatirlos y ser mejores personas.

Algo similar sucede con la familia, con el paso del tiempo pueden modificarse accidentalmente pero no sustancialmente (como sucede en el número de los hijos).

Esto se debe a  las nuevas ideologías que combaten y quieren cambiar la esencia de lo que es realmente una familia.

Las ideas claras, sencillas y fáciles de evidenciar deben ser guías para lograr nuestros objetivos, por eso los preceptos de la doctrina de la Iglesia Católica siempre son digeribles al entendimiento, la doctrina católica nos enseña que la familia tiene la misión de revelar, custodiar y comunicar el amor.

Ese amor es el reflejo del Amor de Dios a los hombres y del Amor de Cristo a su Iglesia. Sólo en un ambiente amoroso puede el hombre aprender a desplegar plenamente su personalidad y alcanzar la meta que Dios propone a todo hombre: la santidad.

La familia es el medio querido por Dios para que los hombres colaboren ordenadamente en su decreto creador y salvador.

La fuerza que unifica a la familia es el amor.

El amor es mucho más que un sentimiento. Los sentimientos son pasajeros, y están relacionados con factores físicos, biológicos y emocionales que son cambiantes.

El verdadero amor es estable, permanente y sacrificado. Es el amor lo que convierte la mera convivencia en vida familiar.

El verdadero amor abarca la totalidad de la persona: tiende a hacer a los esposos un solo corazón y una sola alma (La multitud de los creyentes no tenía sino un solo corazón y una sola alma. Hch. 4,32); es fiel y exclusivo hasta la muerte; es fecundo, es abnegado. Es fruto de la caridad. Y debe crecer continuamente.

Los esposos deben quererse con un amor que también sea sobrenatural: porque se ven como un don de Dios del uno para el otro y porque se reconocen mutuamente como hijos de Dios.

De este modo también en el matrimonio se puede vivir el culmen de la perfección que es la caridad.

Siempre lo he dicho: la Verdad es belleza pura, la contemplación de la Verdad se logra por la meditación, si no meditamos sobre estos temas no lograremos ser mejores personas. Requerimos meditar para defender y cooperar con mejores familias, la mejor apología de la familia, en contra de todas las ideologías que quieren cambiar su esencia, es vivir de acuerdo con la misión y dignidad de la familia de revelar, custodiar y comunicar el amor.

Ese amor es el reflejo del Amor de Dios a los hombres y del Amor de Cristo a su Iglesia.

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