El arzobispo de Yucatán, monseñor Gustavo Rodríguez Vega, explicó que San Pablo señala en la segunda lectura, tomada de la Carta a los Romanos: “Considero que los sufrimientos de esta vida no se pueden comparar con la gloria que un día se manifestará en nosotros” (Rm 8, 18).
Indicó que, teniendo la gloria eterna en la mira, que consiste en la felicidad eterna e inimaginable, podemos aceptar por amor cualquier sacrificio, pues al mismo tiempo gozamos en la esperanza, y en el gozo inmediato que produce el amor al prójimo sin esperar nada a cambio.
Indicó que la Palabra de Dios es viva y eficaz. Ella está actuando en su Iglesia, en todos los hombres y mujeres de buena voluntad. De esta eficacia de la palabra nos habla hoy el Señor por medio del profeta Isaías, el cual compara la palabra con la lluvia, que baja del cielo para fecundar la tierra y cumple así con su misión. Dice Dios por medio del Profeta: “Así será la palabra que sale de mi boca: no volverá a mí sin resultado, sino que hará mi voluntad y cumplirá su misión” (Is 55,11).
Señaló que muchos pregonan en día que han venido al mundo para ser felices. Pero quienes creemos y sabemos que somos creaturas de Dios, y que él nos hizo a su imagen y semejanza, entenderemos que más bien Dios nos creó por amor y para amar. “Quienes así lo creemos hemos de poner el valor del amor por encima de la búsqueda de la propia felicidad, aceptando con fortaleza los sufrimientos y trabajos que, naturalmente, la vida nos presenta”, refirió.
Recordó que cuando era seminarista conoció una mujer mayor de edad que estaba ciega, amputada de una pierna, llagada por los siete años que llevaba ya en cama y, sin embargo, sonreía feliz y no se quejaba, y decía: “Yo estoy dispuesta a continuar así todo el tiempo que el Señor lo quiera, y también estoy dispuesta a dejar este mundo cuando el Señor me llame. Eso se consigue con la fe, la esperanza y la caridad. Por más virtudes humanas que Dios nos haya dado, cultivemos las tres virtudes llamadas teologales, porque conducen de manera inequívoca a nuestro Señor”.
Agregó que más adelante la Carta a los Romanos dice: “La creación está ahora sometida al desorden, no por su querer, sino por voluntad de aquel que la sometió… Pero dándole al mismo tiempo esta esperanza: que también ella misma, va a ser liberada de la esclavitud de la corrupción, para compartir la gloriosa libertad de los hijos de Dios” (Rm 8, 19-21).
Explicó que cada día hay más gente convencida del gran daño que le hemos hecho a nuestra tierra por abusar de los recursos naturales, especialmente desde que inició la era industrial. Pero pocos son los comprometidos en el cuidado de nuestra casa común.
“Ojalá todos entendamos desde nuestra fe el deber que tenemos de contribuir al rescate de nuestra casa. Recordemos las palabras del Creador en el libro de Génesis, que le dijo a nuestros primeros padres: “Dominen la tierra” (Gn 1, 28), pero no dijo destruyan. Hay empresas que cuidan mucho la naturaleza en su país de origen, pero que luego van y hacen desastres ecológicos en los países pobres. Esto es corrupción que perjudica a la casa de todos”, indicó.
Dijo que al igual que en la lectura del libro de Isaías, Jesús, en el santo Evangelio, según san Mateo, nos habla del poder de su Palabra, y se presenta a sí mismo como sembrador de esta semilla en el corazón de los hombres que son la tierra donde ésta cae. San Mateo reúne en el capítulo 13 de su evangelio una serie de parábolas dichas por Jesús, seguramente, en diversos momentos de su ministerio, abriendo este capítulo precisamente con la parábola del sembrador.
“Nosotros decimos que cada cabeza es un mundo, y Jesús puede reunir los diferentes ‘mundos’ de acuerdo a la receptibilidad que las personas tienen de su Palabra. Él nos presenta, pues, cuatro tipos de terrenos, que representan a todas las personas: la tierra del camino, el terreno pedregoso, el terreno lleno de espinas y la tierra buena”, señaló.
Texto y foto: Darwin Ail