La historia de una relojera por y para el tiempo

María del Socorro Catalina Pérez vive del tiempo y para el tiempo desde hace 40 años, cuando decidió abrir un negocio en su casa un domingo 20 de noviembre y vendió dos pernos y una faja de relojes.

Con estudios de contadora privada un día fue contratada para “acomodar los papeles” de un relojero, que seis meses después decidió irse de la ciudad.

–¿Y ahora qué hago? ¡Que caray! Voy a tratar de hacerlo. Había visto cómo arreglaba relojes y ya había hecho algunos arreglos, sobre todo en relojes de pared. Decidí intentarlo y aquí me tienen, 40 años después vivo del tiempo y para el tiempo –dice orgullosa.

–Yo misma compré madera, hice una mesa y salí a las puertas de mi casa para vender los productos que mi patrón me había regalado antes de irse a México. Recuerdo que me dio fajas, pernos, extensibles, algunos relojes y dos semanas de sueldo —cuenta a Punto Medio.

Pero Catalina muy pronto se vio sin dinero, sin trabajo y una sobrina preguntona.

–¿Y ahora qué vas hacer tía? –recuerda que le preguntaba

–Fue un momento de decisión, yo había visto cómo lo hacía mi patrón. Me apuraba en mi trabajo y después lo observaba. Siempre me decía que todos los relojes tienen lo mismo, sean grandes o chicos, y decidí comenzar con los relojes de pared —recuerda.

Doña Catalina ahora es abuela de tres nietos, todos adultos, su única hija es secretaria ejecutiva, María Jesús Heredia Canto, y enseñó su oficio a aquella sobrina que le preguntaba por el futuro, que se llamaba Niurka de los Angeles Heredia Canto.

–Aquí trabajaba conmigo (señala su lado izquierdo), ya tiene 14 años que Dios la tiene en su santa gloria. Juntas trabajamos el negocio y ahorramos dinero para construir esta casa que nos dejó la abuela, los cuartos eran de sacos de azúcar. Era muy pobre. Fueron años de ahorrar para construirla como se ve ahora —dice orgullosa.

Recuerda que en el oficio de relojera no todo fue fácil para ella, ya que los relojes automáticos le dieron “lata”.

–No podía con ellos. Muchas veces tuve que ir al mercado con los compañeros que trabajan allí, no me hacían el trabajo sino que me decían qué era lo que tenía que hacer. Pero una vez que los vencí, nadie me detuvo —afirma.

Rodeada de relojes por todos lados, doña Catalina continúa con un oficio que le dio para mantener a su familia, pese a que cada día es menos demandado.

–Cuando Dios me ayuda gano entre 60 y 100 pesos diarios, y cuando mejor me va, obtengo entre 250 y 300, con eso vivo, mi hija y nietos ya trabajan y sólo trabajo para mí —señala.

Dijo que uno de los trabajos más caros que cobró fue hace como 15 años, cuando un padre de un pueblo le llevó un reloj de “esos que usan en las iglesias”, que marcan la hora, las campanadas y algunas melodías religiosas.

–No cualquiera hace ese trabajo, y menos a mi edad lo podría hacer, pero sí tuve oportunidad de revivirlo: lo barnicé, conseguí el ánfora y por la mano de obra cobré tres mil pesos —afirmó.

Doña Catalina tiene 78 años y todavía puede reparar cualquier reloj por pequeño que sea.

Entrar en su local de la calle 44 entre 61 y 63, del centro es toda una experiencia: es un lugar humilde, pero en sus paredes y en la mente de su propietaria hay historias de tiempo y espacio, pero sobre todo, de una lucha diaria por la vida.– Esteban Cruz Obando

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