Joaquín de la Rosa Espadas
El Politécnico no era de niños ricos, ahí había hijos de labradores. Pero no sólo hijos de labradores de la tierra, ellos eran también labradores de la tierra. Y de Progreso, había mucho pobre; uno de ellos, su padre pescaba pajaritos en el monte y luego los llevaba a vender al mercado, de eso vivían. Había otro que era hijo de un carretillero del mercado de Progreso.
Solo al medio día nos daban comida, veíamos como comíamos más y nos decían las gaviotas. Se les decía gaviotas a los estudiantes del INP en los años 50 que esperaban la salida de los internos, debajo de las escaleras del estadio “Salvador Camino Díaz”, para lanzarse sobre los restos de comida que estos dejaban.
Nos daban un dinero mensualmente, los más fregados eran los de en medio que se hospedaban en casas familiares, la familia daba vivienda y comida y el Politécnico les pagaba a los que rentaban. Bueno, pues ahí las luchas por las que hicimos la huelga. Era para la ampliación de sistemas asistenciales, la ampliación de aulas, maestros y etcétera, para que creciera el Politécnico.
Por eso hicimos la huelga de tres meses, en 1956, y perdimos, no logramos nada. Perdimos mucho. Muchos quedamos señalados, y se nos aplicó un reglamento: si faltabas 3 veces a una clase, eras expulsado del Politécnico. Un reglamento que nunca habían cumplido, pero como se trataba de sanear la ideología del Politécnico, pues nos corrieron a muchos, y otros incluso salieron voluntariamente.
Empezaron a cambiar las condiciones. Ya había pasado el temblor y muchos edificios del casco de Santo Tomás, que eran edificios nuevos, quedaron dañados; y el Instituto pasó al centro, a un edificio que estaba frente al Palacio de Minería, en la mera Alameda, prácticamente, de la Ciudad de México. Y construyeron, en Zacatenco, un complejo educativo para el Politécnico; pero cambió la política, ahí ya empezó a entrar gente con cierta capacidad económica.
Aparecieron los primeros automóviles de estudiantes, cosa que, en el Politécnico, en el casco de Santo Tomás, ni soñar que alguien tuviera un automóvil. Cuando hicimos la huelga, Adolfo Ruiz Cortines era el presidente. Él fue quien, con dos batallones del ejército, a bayoneta calada, atacó el internado del Politécnico en una madrugada. A los que estaban durmiendo, los picaban con la bayoneta y los levantaban, les tiraban su ropa por la ventana.
Los periodistas ponían botellas y latas de cerveza en las ventanas, tomaban fotografías, para luego, en la prensa, hacer creer que eran una bola de borrachos y la gente se lo tragaba todo. Ruiz Cortines acabó con todos los servicios asistenciales del Politécnico.




