El arzobispo de Yucatán, monseñor Gustavo Rodríguez Vega, declaró que la soberbia es el peor enemigo de la unidad, pues donde esté destruye las relaciones humanas. “Sólo los humildes son capaces de amar de verdad, de construir la unidad y de trabajar por la paz”.
Al oficiar la homilía en la Catedral de San Ildefonso, indicó que, ahora bien, para conservarnos unidos en el amor y en la paz, el Salvador, resucitado y sentado a la derecha del Padre, nos envió al Espíritu Santo paráclito, constructor de la unidad, del amor y de la paz en nuestros corazones, en nuestras familias, en la humanidad; que siempre está dispuesto a ayudarnos en estas santas tareas, pero que respeta la libertad de cada uno, y nunca traspasará las puertas de aquel que quiera mantenerlas cerradas.
Indicó que toda la gente de mente y corazón sano desea la unión de la humanidad, de nuestra Patria, de cada familia. “Los enamorados desean compartirlo todo absolutamente y nunca tener diferencias. Todos gozamos de la compañía de los amigos que son cercanos y que nos conocen mejor que nadie”.
Dijo que no quisiéramos que hubiera guerras nunca, como de hecho las hay; no quisiéramos que hubiera violencia e inseguridad, como de hecho existe en muchos lugares de México y del mundo; no quisiéramos que hubiese distanciamientos en nuestras familias, y tantas veces dolorosamente los hay. Los enamorados no quisieran que su amor se acabara, como tantas veces acaba; no quisiéramos perder a los buenos amigos, como a veces sucede a causa de cualquier tontería.
Señaló que estos deseos de unidad, de paz, de cercanía, de amor sincero y permanente están arraigados en todos los seres humanos, porque fuimos creados a imagen y semejanza de Dios. “Él es unidad eterna entre las tres divinas Personas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Él es la fuente de la paz, es amor eterno y perfecto. Él ha puesto en nuestro corazón estos deseos, que sí son auténticamente humanos, y lo que sea contrario a esos deseos es inhumano”.
Dijo que aspiramos a ser como nuestro buen Padre Dios, y para que conozcamos el camino para buscar esta aspiración, el Hijo del eterno Padre se encarnó y se hizo igual a nosotros en todo, menos en el pecado, siendo así camino, verdad y vida para acercarnos a nuestro único Dios.
Refirió que el pasaje del libro del Éxodo que hoy escuchamos, nos dice que Dios es compasivo, clemente, paciente, misericordioso y fiel. “Si nosotros nos comportamos de manera semejante a él, le seremos gratos y ayudaremos a muchos con nuestra actitud; pero practicar esas virtudes no nos garantiza en absoluto el ser correspondidos. No existen fórmulas mágicas para lograr que otros nos amen del mismo modo y que perseveren en la fidelidad. Sólo Dios nos ofrece la garantía de su amor perfecto y eterno. El sabernos amados por Dios y vivir esforzándonos por corresponderle, nos hace más fuertes para soportar y sobrellevar las desilusiones que nos causan las personas que amamos”.
Indicó que por todo esto alabamos a Dios con las palabras que proclamamos en el salmo tercero, pues solo él es bendito para siempre. “Tengámonos paciencia unos a otros, pues somos simples humanos, capaces de un amor al estilo de Dios, pero tantas veces no lo logramos”.
Explicó que San Pablo concluye su Segunda Carta a los Corintios, saludándolos con palabras semejantes a las que usamos los sacerdotes y diáconos en las celebraciones litúrgicas, que son a la vez una confesión de la Santísima Trinidad. Dice: “La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo estén siempre con ustedes” (2 Cor 13, 13). Todos los creyentes que son fieles, inician cada día y cada actividad en el nombre de la Trinidad, teniendo presente que así fuimos bautizados, invocando la presencia de la Trinidad en nuestras vidas.
Texto y foto: Darwin Ail