Carlos Hornelas
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La cultura del trabajo y del esfuerzo tiene cada vez menor cabida en nuestra sociedad. Los valores que enarbolaba esta cultura como la disciplina, la paciencia, el mérito y la perseverancia se han ido sustituyendo a medida que interactuamos más con máquinas que con seres humanos.
La educación, por supuesto, no está exenta de estos cambios y en gran parte se debe a la última oleada que ha sacudido la forma en la que se gestiona el conocimiento vía las tecnologías emergentes, particularmente los modelos de lenguaje de inteligencia artificial que se originaron a partir de la aparición de ChatGPT hace cosa de un año apenas.
Desde los tiempos de la máquina de vapor en los albores del capitalismo, una suerte de utopía ronda la mente de los idealistas: que en un futuro las máquinas nos liberarán del trabajo físico y podremos dedicarnos más a aquello que es mucho más importante que el trabajo.
Esa utopía goza de plena vigencia en esta época y en algunos casos, obnubila nuestra mente, distorsiona nuestra percepción y altera nuestra relación con los demás, particularmente en el campo educativo.
Ahora, más que nunca, el estudiante puede hacer uso de diversas herramientas que posibiliten una escalada en la obtención de conocimientos, habilidades, actitudes y ventajas que ofrece la Inteligencia Artificial para su desarrollo personal.
Es un reto tanto para los estudiantes como para los profesores sacar el mayor provecho de esta tecnología. Como sabemos, la Inteligencia Artificial no piensa por sí misma ni razona, simula la manera en la que los humanos resolvemos cierta clase de problemas y aplica dichos métodos, por así decirlo, con cierto éxito, como nosotros.
¿Pero, hasta dónde nos puede llevar esta simulación? Marshall Mc Luhan solía decir que las herramientas que usamos terminan moldeándonos a nosotros mismos. En el caso del uso indiscriminado de la Inteligencia Artificial nada es más cierto.
La popularidad de los modelos de lenguaje de Inteligencia Artificial entre los estudiantes ha provocado que en un afán de “no perder el tiempo” haciendo las tareas, o bien “no dedicarle tanto esfuerzo” al trabajo intelectual, acudan a esta tecnología que los “libre” de estas monsergas y mediante una consulta puedan obtener lo que ellos deberían elaborar como producto de un esfuerzo propio. La entrega de tareas se convierte en una simulación del aprendizaje.
Esta penosa circunstancia se convierte en un reto a vencer por parte del profesorado, a fin de planear actividades, tareas o ejercicios que no se limiten a la posibilidad de resolución mediante una consulta en el ChatGPT o cualquiera de sus clones. No obstante, para nuestra mala fortuna, con tal de sortear el esfuerzo, la paciencia y el mérito, muchos profesores han resultado muy similares a sus alumnos, de manera que utilizan a la misma Inteligencia Artificial para calificar y retroalimentar tareas, lo cual plantea un escenario totalmente desolador basado en la simulación de ambas partes que, en última instancia no favorece a la sociedad en su conjunto.
Si bien esto no sucede en todos los casos, es un escenario revelador de lo que en última instancia podría llegar a pasar no solamente en la educación sino en otros ámbitos en los cuales se tiende a endiosar a la tecnología y se coloca en primer lugar la eficiencia, el menor costo, la mayor producción y el menor esfuerzo. Así se ven reflejadas en este espejo muchas industrias creativas que han querido usar la Inteligencia Artificial como sustituto de la labor humana. ¿Cuál será el límite de la simulación?