La intoxicación digital

Salvador Castell-González 

Últimamente, en general, la relación con la tecnología se ha tornado… tensa. Lo que antes era una ventana al mundo, una herramienta indispensable, se siente cada vez más como una camisa de fuerza digital. Este sentimiento cada vez se reporta con mayor frecuencia. ¿Quién no ha sentido esa necesidad de levantar el celular para ver si no hay nuevas notificaciones? ¿O la necesidad casi fisiológica de desbloquear el móvil “solo un segundo”? Bienvenidos al club de la ansiedad digital, un club cada vez más numeroso y silenciosamente agotador.

El problema, como lo veo desde mi propia experiencia, la hiperconexión y el exceso de notificaciones y actualizaciones que parecen infinitas, una necesidad casi patológica de estar “en línea”.

Esta necesidad y sentimiento de que ya no somos quienes decidimos cuándo y cómo interactuar con la tecnología; es la tecnología notificación a notificación la que parece dictar nuestros ritmos. 

La avalancha de información es cada vez más sofocante, la presión por responder al instante es agobiante, a niveles que hay quienes reportan un miedo irracional a perder una notificación importante por esa toxica necesidad de estar permanentemente enganchado a la pantalla.

Es un bucle perverso: cuanto más conectado estoy, más ansioso me siento, y cuanto más ansioso me siento, más busco refugio (irónicamente) en la inmediatez tranquilizadora de mis dispositivos. La línea entre el trabajo y el ocio se ha desdibujado por completo, y el cerebro parece haber olvidado cómo desconectar realmente. Incluso en esos raros momentos de silencio digital, de desconexión, la sombra de la próxima alerta acecha en el subconsciente.

Pero no todo está perdido. Si bien la tecnología ha invadido nuestras vidas, la llave para recuperar la cordura digital reside, paradójicamente, en nuestras propias manos, en desconectarnos

Existen movimientos hoy crecientes de desconexión, esfuerzos dirigidos a imponer reglas de autocontrol. Horarios sin móvil, notificaciones silenciadas, fines de semana de “desintoxicación digital” (o al menos, intentos honestos).

Redescubrir el placer de una conversación sin interrupciones, de un libro sin la tentación de revisar el correo, de un paseo sin el scroll infinito de las redes sociales, se siente más como una liberación.

No se trata de satanizar la tecnología, sino de domesticarla, de ponerla a nuestro servicio en lugar de ser sus esclavos. Es un camino largo y lleno de recaídas, tú y yo lo sabemos por propia experiencia. Pero cada pequeño paso hacia una conexión más consciente y menos compulsiva es una victoria contra la ansiedad que nos acecha desde la pantalla.

Quizás, desconectarnos un poco sea la mejor manera de reconectar con nosotros mismos y con el mundo real que nos rodea. Y en esa reconexión, sospecho, encontraremos un respiro muy necesario. Nos estamos perdiendo un mundo maravilloso que se nos pasan entre las manos y las miradas discretas de una colección de datos. Desconéctate para conectar.