La izquierda y el pleito eterno

Por Eduardo Ancona

Como se reportó ampliamente en los medios de comunicación y en infinitas columnas de opinión —a las que esta se suma— la semana pasada hubo un encontronazo entre los senadores Ricardo Monreal y Martí Batres, ambos de Morena. El primero Coordinador de Bancada y el segundo Presidente de la Mesa Directiva.

Monreal operó con las triquiñuelas naturales de la política para ubicar a una cercana en la presidencia de la Cámara Alta en lugar de Batres. Este conflicto es el primer punto de quiebre en Morena de cara a la elección del 2024. Las batallas entre los miembros y tribus han estado al centro de la historia de la izquierda mexicana, al menos durante los ya casi 20 años del siglo XXI. En muchas ocasiones estas diferencias cuasi mortales se ventilaron en público con fuertes declaraciones, y en otras más han llegado incluso a los golpes. Hace poco una asamblea del PRD terminó con sillas por los aires.

Si bien no todo en Morena es izquierda, la mayoría de la poca izquierda mexicana que existe está dentro de Morena o en sus satélites. Desde que en 2017 se hizo evidente que Andrés Manuel López Obrador ganaría la elección de 2018 los conflictos al interior de su movimiento se procesaron de forma sencilla: una sola persona era la que concentraba el poder y la capacidad de asignar y retirar candidaturas.

Hoy la realidad ha cambiado. El primer año de gobierno de la 4T ha dejado en claro que quienes pensaban que el aparato morenista (partido y gobierno) funcionaría como una unidad a la usanza priista, se equivocaron. No existe una organización vertical en la que gobernadores, legisladores y miembros del partido se disciplinen bajo las órdenes presidenciales, por una razón muy sencilla que ya es un lugar común: Morena no es un partido político, sino un movimiento muy heterogéneo.

En este sentido el choque Batres-Monreal es un punto de inflexión porque marca el regreso de la izquierda experredista hoy morenista a sus viejas prácticas, a su naturaleza misma: el eterno conflicto interno. Esto tiene tres consecuencias principales.

Uno, estos conflictos y la falta de disciplina interna pueden generar dificultades de ejecución para el gobierno federal. Si bien, en última instancia, el deus ex machina sigue siendo el mismo y nadie se resiste ni se resistirá a él —por ahora— la falta de orden puede complicar algunas maniobras de gobierno.

Dos, los conflictos tienen una veta electoral. Decidir candidaturas puede desatar en Morena una más de las guerras civiles que han generado graves hemorragias a la izquierda mexicana. Basta con voltear a ver lo que queda del PRD.

Tres, pase lo que pase en 2024 y más allá, llegará el tiempo de construir una izquierda mexicana postAMLO. Cuando llegue ese momento los pleitos internos y el sectarismo pueden acabar con una oportunidad de oro para crear algo que, hace décadas, le urge a México: una izquierda verdadera.

 

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