La lenta cancelación de la esperanza por un futuro

Angel Canul Escalante
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Quienes nacieron en la década de los ochentas no han vivido otra cosa que neoliberalismo”. Esas palabras resuenan sobre todo en las juventudes que, en las últimas dos décadas, se han visto afectadas por crisis surgidas del fracaso de un modelo que prometía algo distinto.

La lenta cancelación del futuro de la cual Franco Berardi habló y posteriormente Mark Fisher retomó, ha superado el ámbito cultural alcanzando una profundidad en la que incluso la esperanza se ve perdida. Contraria a la forma acelerada en la que opera el capital, Berardi acierta al hablar de un proceso gradual que hizo imperceptible la naturalización y propagación del neoliberalismo en todos los espacios existentes.

Basta con una simple plática para que se haga notar que en toda persona existe cierto gramo de resignación ante la progresiva precarización de todos los ámbitos de la vida: la desmantelación de los servicios públicos, la lucha fallida en garantizar los derechos laborales junto con erosión del tejido social. Esto ha traído consigo una impotencia reflexiva en la que no es posible ni siquiera imaginarnos fuera del sistema. De ahí que social e individualmente nos sea más fácil imaginar el fin del mundo que concebir el final del capitalismo, tal como Fredric Jameson señaló.

Lo que a menudo entendemos como una apatía hacia lo político se trata en realidad de una impotencia. Un sentimiento generalizado de que ninguna acción o plan tendrá efecto en revertir las condiciones desiguales en las que vivimos. El triunfo de esta lógica se debe, en parte, a que fue capaz de convencernos que la lucha se hace individualmente, que cual película, debe ser un protagonista, un héroe o elegido el que venza y no la colectividad.

Se nos ha cancelado la posibilidad de creer en que sí existe una alternativa. Que las circunstancias pueden ser diferentes. Que la organización política puede darse a favor de la población misma. Que debe existir resistencia.

Es urgente dar rienda al pensamiento para alcanzar nuevas formas de organización y producción, pero primero, como bien nos enseñó Platón, debemos salir de la caverna, del Realismo Capitalista que respiramos. Debemos recuperar y mantener la esperanza para seguir creyendo que la revolución no es imposible.