Carlos Hornelas
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Andrés Manuel lo hizo otra vez, como en otras tantas ocasiones, salió a la calle y lideró una marcha que rebosó las avenidas con ríos de gente. Durante casi ocho horas, caminó entre ellos, los saludó y recibió muestras de apoyo.
Pero no es lo mismo llenar el estadio que contar con un equipo que sepa resolver en la cancha. Por más vítores que se reciban, por más estentóreas las porras y estruendosas las muestras de apoyo, muchas veces no se cumplen ni las expectativas del público ni las promesas de quienes dirigen.
Como lo había indicado la semana pasada, el presidente cambió la fecha de entrega del cuarto informe de gobierno programada originalmente el 1° de diciembre para este fin de semana, y convocó desde la tribuna de sus conferencias mañaneras a una marcha que superara la anterior, “conservadora” por decir lo menos.
Sin entrar en detalles sobre la cantidad de personas, si eran o no acarreados o si expresaban o no el apoyo al gobierno o ala transformación, lo que se dejó completamente de lado fue el informe anual y se centró en la “algarabía” de los asistentes y de su apego por la “causa”.
La marcha, encabezada por la figura de Andrés Manuel López Obrador constituyó un acto propagandístico y como tal, una violación al artículo 134 Constitucional que, en su toma de protesta como presidente, juró cumplir y hacer cumplir, el párrafo penúltimo reza literalmente:
“La propaganda, bajo cualquier modalidad de comunicación social, que difundan como tales, los poderes públicos, los órganos autónomos, las dependencias y entidades de la administración pública y cualquier otro ente de los tres órdenes de gobierno, deberá tener carácter institucional y fines informativos, educativos o de orientación social. En ningún caso esta propaganda incluirá nombres, imágenes, voces o símbolos que impliquen promoción personalizada de cualquier servidor público.”
El presidente, a sus cuatro años de gobierno quiere sentirse más vivo y más poderoso que en cualquier otro momento. Quiere hacer ver a la oposición que tiene una inmensa aprobación y poder de convocatoria.
Quiere hacer entender a los posibles candidatos a la presidencia que él es el gran elector y se tienen que sujetar a sus reglas y caprichos, como en el pasado ocurría con los “tapados” del PRI. Quiere dejar en claro que la gran herencia de Morena como fuerza política es su propio liderazgo y que sin él no hay articulación de una acción política conjunta. Él sigue siendo indispensable para ese movimiento. Aunque vaya de salida no hay que darlo por muerto.
Esta marcha del adiós a la calle, plantea si el aparato que fue capaz de organizar la marcha tiene las herramientas y las competencias necesarias para articular un movimiento de verdadera acción y transformación social porque no es lo mismo concitar a personas en un determinado lugar que ponerlas de acuerdo para trabajar en la misma dirección.
La retórica del presidente es la principal veta del discurso que empatiza con sus seguidores. Si alguien le critica, desvía la ofensiva para redirigirla a otro blanco. Por ejemplo, si se critica la marcha, defiende a quienes marchan. Si uno impugna sus políticas, le recrimina estar en contra de los pobres.
El universo retórico de AMLO está plagado de este tipo de ejemplos y sus supuestas “defensas” constituyen epítetos que justifica como proporcionales en razón de su capacidad de fuego, como cuando insulta a los otros manifestantes, a los periodistas o a quienes se oponen a sus ideas.
No hay términos medios ni grises: o estás a favor de la “transformación”o estás en contra. De uno u otro modo para fines prácticos la marcha no sirvió para absolutamente nada. Y recordemos que la historia enseña que ahí donde se construye polarización inician los extremismos políticos.