Mario Barghomz
mbarghomz2012@hotmail.com
La mente humana funciona con información y datos. Tal y como lo hace un sistema de inteigencia artificial en una red computacional, en el cerebro de un robot o en una aplicación que replica en las preferencias de un usuario.
Desde antes de nuestro nacimiento el cerebro capta información a través de nuestra madre; sus dudas, su ánimo, sus gustos, sus penas… Por eso será ella después quien mejor nos conozca, nos entienda y nos quiera. De alguna manera (por supuesto natural) somos una réplica de ella, definida por nuestro propio sistema nervioso y el universo orgánico que llevamos dentro con más de la mitad de sus genes en nuestros cromosomas.
Es esta información y la que vendrá después durante el desarrollo de nuestros primeros años (la ciencia habla de ocho) es la que definirá nuestra manera de pensar adulta. Y ser y pensar, como no lo admitiría Descartes, pero que hoy Damasio ha insistido desde la neurociencia en su error, definirán nuestra persona y el ser de nuestra identidad.
Nuestro cerebro como en el de cualquier inteligencia artificial, no funcionaría sin la memoria de los datos o la información. Sería imposible pensar, sentir o hablar, a más de resolver operaciones abstractas o solucionar problemas. Por ello mismo que la robótica de última generación y todo sistema que funcione con información virtual (PC, iPads, teléfonos inteligentes y televisiones) estén inspirados en el cerebro humano.
Sin embargo, la mente humana, a diferencia de la inteligencia artificial, se nutre de la experiencia y el aprendizaje constante de la vida misma, de la capacidad propia de nuestros sentimientos, nuestras emociones y la consciencia que aún no logra desarrollar ninguna inteligencia artificial. Y quizá sea esta, la conciencia, el mayor atributo de la mente humana y la mayor desventaja (afortunadamente) de todo aquello fundado en su inspiración.
Cerebro, mente, conciencia (y el mismo instinto) forman y juegan un rol protagónico en toda vida humana. No hay un humano que no obedezca a esta naturaleza. Inteligencia y conocimiento suelen regularmente definir y orientar nuestra vida.
Llamamos mente propia a tener una idea particular de aquello que amerita saberse. Todo saber (así como toda mente) se nutre de información y datos. Y cada algoritmo y conocimiento determinarán un ejercicio mental propio. Cada pensamiento o idea provienen de las sinapsis de nuestras neuronas, de la relación y comunicación entre unas y otras para crear neurotransmisores que son factores (impulsos) químicos y eléctricos dentro de la circuitería de nuestro sistema nervioso que así se comunica creando un proceso que es a lo que precisamente llamamos mente.
De este proceso surge la adrenalina, la dopamina y el cortisol, neurotransmisores que invariablemente determinarán nuestro pensamiento y actitud ante situaciones predeterminadas o determinantes. Nadie podría sentir ni pensar sin ese proceso. Ni dormir si una mente no está previamente programada para producir melatonina, la hormona que al fluir normalmente dentro de nuestro sistema nos permitirá dormir.
Mantener el equilibrio emocional y la armonía constante de nuestros sentimientos, dependerá de la serotonina, hormona y neurotransmisor encargado de la homeostasis de nuestro buen juicio y la lógica prudente de nuestros razonamientos. Algo propio de nuestra mente que ni la robótica ni ningún otro sistema cibernético han podido hacer hasta ahora, y que nos da la ventaja, como humanos, de una inteligencia superior a cualquier invento diseñado por nosotros mismos.