Carlos Hornelas
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Hace poco encontré mi Ipad entre las cosas de un cajón. Hace mucho tiempo lo dejé de usar y había quedado sin batería. Lo recargué nuevamente porque mi intención era emplearlo como dispositivo móvil para ver Netflix y acceder al correo electrónico sin necesidad de esperar a entrar a través de la computadora.
Al final de la recarga lo pude encender y traté de usarlo, pero me pedía una clave para iniciar el arranque de sistema. La olvidé. La escribí en una agenda para no tener que recordarla, en 2014 cuando compré el dispositivo. Ya no conservo la agenda.
En Apple me piden que les entregue una copia de la factura original para constatar que soy el dueño legítimo del aparato, de otra manera, no podrán “recuperar” mi cuenta y en consecuencia, jamás podré volver a utilizarlo. No conservo la factura. Sin embargo, pagué por el dispositivo, ellos podrían verificar mis accesos a través de mi información y autorizar su uso nuevamente, porque a final de cuentas es mío.
Así que no puedo usar algo de mi propiedad porque no tengo a mano la factura que lo pruebe ante ¿Apple? ¿quién es Apple para verificar la propiedad de algo que ya vendió y no le pertenece? ¿cómo, legalmente hablando se arroga la facultad de darme acceso o no a mi propiedad? ¿es Apple parte de la policía, del ministerio público, de una agencia que se dedique a la persecución del delito o un juez que requise, secuestre o condene el uso que le doy a los dispositivos que fabricó y ya no le pertenecen?
Si yo heredara la lavadora o el microondas y tuvieran eventualmente un desperfecto, dudo mucho que al acudir a un centro de servicio le pidieran al portador la factura para corroborar la propiedad del bien y le condicionaran la reparación. Esto suena totalmente ridículo y fuera de toda proporción.
En este orden de ideas, desde mi punto de vista soy víctima de un atraco. A pesar de haber liquidado en tiempo y forma el Ipad, se me niega la posibilidad material de usarlo y se me condiciona a la comprobación de la propiedad. En otras palabras, se me niega una presunción de inocencia. Por defecto, para este sistema soy sospechoso o culpable de no conservar la factura de un bien que fue liquidado hace más de un lustro.
Además de ello, mis datos personales resguardados en el aparato, como documentos, fotografías, entre otros archivos, han quedado secuestrados por la compañía que me impide recuperarlos a partir de políticas que aplica unilateralmente y en perjuicio del comprador.
¿Qué es lo mío, finalmente?, ¿la carcasa, los materiales con los cuales fue fabricado? Esta experiencia me hace preguntarme acerca de la propiedad en el siglo XXI, particularmente, la digital.
Hace años podía comprar un libro y decidir si me deshacía de él después, si lo prestaba, lo regalaba o lo donaba. Hoy, a través del Kindle compro libros que no puedo donar después y prestarlos es muy difícil. Antes compraba películas que podía ver una y otra ve y si lo decidía, las podía prestar, regalar o donar. Hoy tengo un abanico de opciones en Netflix donde tengo acceso a todo y nada es mío. Lo mismo ocurre en Spotify o en Amazon Music, tengo acceso, pero ya no soy el propietario de nada.
Aunque el catálogo de Netflix es extenso, ellos deciden unilateralmente cuando retirar títulos, pese a que los usuarios se han quejado más de una vez. Las películas que no están en plataformas digitales es como si no existieran puesto que los soportes en los cuales se solían ver están cayendo en desuso cuando no son francamente obsoletas.
Así como Apple decide qué hacer con lo que fabrica, las plataformas, sean de podcast, video, streaming o de libros, son los que tienen de facto el poder para distribuir o retirar el acceso al contenido que consideren pertinentes ¿Cuáles serán los efectos de este tipo de industrias en lo social y en lo económico? Ya hay compañías que prestan servicio de transportación sin tener parque vehicular ni choferes y hay otras en las cuales se ofrece hospedaje sin necesidad de cumplir con las normatividades de los hoteles. ¿Qué sigue?
