La muerte de Sócrates

Por Mario Baghomz

¿Qué es la muerte? le preguntan a Sócrates. ¿La muerte es algo? Por supuesto que es algo –dice-; la liberación del alma del cuerpo.

Y es este precepto sobre lo que se establece todo el juicio filosófico de uno de los más bellos y significativos Diálogos de Platón, titulado: “Fedón o del Alma”; un texto escrito en el siglo IV antes de Jesucristo, y que posteriormente será la base evangélica argumentativa de los próximos siglos, hasta ahora, sobre el alma.

El Diálogo comienza con el encuentro de Equécrates y Fedón a quien se le pregunta sobre la ejecución de Sócrates, acerca de sus últimas horas de vida; ¿qué hizo? ¿Qué dijo? ¿Cómo fue que murió exactamente?

“Murió como un hombre dichoso, Equécrates (cito de memoria) –le dice Fedón-; pensar en ello aún me conmueve. Y aunque él deseaba que nadie ahí presente llorara su muerte, debo decirte que yo no pude contener mis lágrimas. Pero sin duda no fueron por él que murió tan en paz, sino por mí que perdí ese día al mejor de los amigos.

Estaba tan sereno en sus últimas horas; ¡cuánta firmeza y dignidad! Cuánto sentido de la vida en un hombre tan bueno y tan sabio, para quien morir solo fue liberar a su alma del cuerpo”.

Platón nos cuenta aquí exactamente el último día de la vida del filósofo, que ya antes ha sido juzgado por impiedad (un ardid simplemente político de mentes perversas que lo desprecian) y encarcelado hasta el día de su ejecución.

En las últimas páginas del texto, Platón nos hace ver con extremado detalle literario y visual, la disposición extraordinaria de Sócrates para morir, su ausencia de miedo, remordimiento, desesperación o dolor típicos en un moribundo o un condenado. Nos hace mirar a través del diálogo con sus amigos reunidos ahí con él, el don que tiene de ser, su templanza, la bondad de su genio y su innata pedagogía que enseña a todos y cada uno de los que lo acompañan en su celda, la gracia y virtud de su alma. Alma que antes de morir, todavía ocupa el cuerpo de quien se debe liberar.

La vida, dice Platón, no es otra cosa para el sabio que prepararse para morir; entendiendo que el destino final de un hombre bueno, será tener una muerte justa, pacífica, serena y en paz. Estremecerse y retroceder cuando se está a punto de morir –dice-, es una prueba segura de que no se ama al alma, sino al cuerpo en su egoísmo y vicio por el placer mundano de vivir, ignorando que la muerte no es un mal para el alma, sino un bien.

Las almas deben ser libres para ir al lugar a donde pertenecen en la eternidad con Dios. Y solo aquellas que no han sido puras porque sus cuerpos han sido viciosos y malvados, suicidas o asesinos, tendrán que vagar errantes en la oscuridad sin posibilidad de ir al cielo, hasta que se les permita entrar al Tártaro para ser juzgadas.

Platón habla aquí de la posibilidad que tiene el alma para ser redimida (perdonada) a través de la reencarnación (metempsicosis) que tendrá lugar hasta por mil años. Por eso, dice Sócrates, que la vida viene de la muerte, de una serie de ciclos que permiten que un alma sea depositada para vivir nuevamente en otros cuerpos.

Ya casi a punto del crepúsculo, Sócrates pide la cicuta (el veneno), pero antes se mete a bañar para evitar –dice- que las mujeres tengan que lavar después su cuerpo sucio.

¿Qué haremos con tu cuerpo, Sócrates; cómo te enterraremos? le pregunta Critón. -¡Lo que quieran; quémenlo o entiérrenlo! Parece que no les ha quedado claro que eso será lo de menos. Yo ya no estaré en él ni le perteneceré, porque mi alma estará libre entonces. Digan algunas oraciones, eso sí, para que bendigan mi viaje-.

Luego Sócrates tomó el veneno y el cuerpo se le fue entumiendo a partir de los pies. Caminó un momento hasta que ya no pudo hacerlo, se recostó de nuevo, y antes que el veneno llegara a su corazón, pudimos ver en su semblante pleno de serenidad, esa dicha y dignidad humana con la que todo ser humano debería morir.

“He aquí Equécrates cual fue el fin de nuestro amigo, del hombre que ha sido el mejor de cuantos hemos conocido en nuestro tiempo; el más sabio y el más justo de todos los hombres”.

 

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