La muerte en los mayas antiguos y los de hoy

Para los mayas contemporáneos, los “días de muertos” son fechas de solemnidad y respeto.

No sólo celebran los días 1 y 2 de noviembre, sino que es una festividad que abarca desde el 31 de octubre hasta los ocho días posteriores, lo que se conoce como el “ochovario”, y los últimos días de noviembre, que son cuando se cree que los muertos regresan a su lugar de descanso, según la explicación del historiador Ángel Gutiérrez Romero.

De hecho, en las comunidades indígenas en los primeros días solamente se prepara alimentos que van de acuerdo al día de celebración. Ayer se preparó comida no muy condimentada que gusta más a los niños, como puede ser la sopa de lima, el escabeche blanco y el puchero, entre otros. Para los adultos, (hoy y mañana) la ofrenda usualmente es relleno negro u otras comidas más condimentadas.

Luego, el tradicional mucbilpollo o pib se prepara hasta los ocho días después de las primeras festividades, al celebrarse el llamado “bix” u “ochovario”, que es cuando los difuntos pueden llevarse este alimento “para el viaje” debido a sus características, pues es seco y difícil que se eche a perder, además de que ya está envuelto para ser transportado.

De acuerdo con el especialista, todas estas tradiciones tienen su origen en el sincretismo entre las creencias de los antiguos mayas y los españoles coloniales. Los primeros tenían respeto y veneración a los difuntos, además de la creencia de que al morir ellos solo pasaban a un plano diferente para descansar y del que de vez en cuando podían regresar para convivir con las siguientes generaciones de sus familias.

Según datan los registros, los españoles solían ofrendar alimentos a sus muertos en días específicos,  panes y vinos que eran lo que había en su gastronomía, sin embargo, al adecuarse la costumbre a la región, se cree que estos terminaron por convertirse en guisos tradicionales, tamales y chocolate, etc.

Para los mayas la muerte era tan importante que incluso se realizaban edificaciones funerarias en los lugares donde el difunto habitó, colocando en estos lugares los objetos y cosas de las que gustaba el difunto, incluso desde antes de que exista el concepto de cementerio.

Texto y fotos:

Diego Cervantes

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