Carlos Hornelas
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Con el mes de marzo iniciarán las campañas formales de los aspirantes a la presidencia de la República, la última fase antes de los comicios de este año, en el que se renueva la cámara de diputados, senadores, algunas presidencias municipales y algunas gubernaturas.
Desde hace unos meses, la arena política se ha calentado y las posiciones políticas se polarizan, los extremos se han radicalizado y ello ha influido en el ánimo de la población en general.
Pareciera que, en esta ocasión, Andrés Manuel fuera, nuevamente, un contendiente dentro del proceso electoral, que dependiera de su particular arrastre la suerte de su instituto político en el cual tienen en mucha menor medida un peso específico equivalente tanto la candidata Sheinbaum, el presidente del partido o el resto de las llamadas corcholatas.
En la oposición, si bien es Xóchitl la única figura que sobresale, los yerros de los presidentes de los partidos políticos que la postulan no le ayudan necesariamente.
Lo que si se advierte, y particularmente en las redes es un intensa actividad propagandística de unos y otros. Más allá de los militantes de todos los partidos, de los simpatizantes y de las legiones de bots de unos y otros, sectores que habían permanecido ocupados en sus propios asuntos empiezan a tener actividad en este terreno y se manifiestan, ya sea coordinados por los políticos, o en un esfuerzo por llamar a sus seguidores a ejercer su voto en favor de un determinado candidato por lo que se supone representa.
Es una lucha que, para muchos se libra a golpe de tecla, pues en algunos casos, mientras guardan un comportamiento activo en las redes sociales y en el ciberespacio, es muy difícil verlos en las marchas, en las calles o en actividades proselitistas. Son activistas de clóset. Y tal vez sea mejor así, dados los ánimos caldeados. Se evitan confrontaciones personales. No es lo mismo debatir cara a cara que distribuir indiscriminadamente mensajes en las redes, y a veces de manera anónima.
Sea como fuere hay un par de cosas a las cuales se debería prestar atención y es que, entre la vorágine de unos y otros, uno puede sentirse como el transeúnte de una calle en la cual, a su paso, vendedores de artículos le abordan agresivamente al mismo tiempo para obtener su atención, tiempo y dinero, impidiendo así su libre tránsito y provocándole molestia, miedo o desasosiego.
Es decir, tales comportamientos empiezan a disuadir a los indecisos a ocuparse del tema, pues la vehemencia de unos y otros solamente abona al incremento de la pasión con la cual defienden sus causa, como si en ello les fuera la vida.
La fogosidad, y en algunos casos la ferocidad, con la que se expresan los adversarios puede tener un efecto colateral indeseado: la abstención de los votantes.
El hartazgo de la propaganda, de los insultos e injurias, de los bulos, de la falsa información, de la información tendenciosa, del bajo nivel del intercambio, de la falta de civilidad, puede resultar un factor de desaliento para ir a depositar su voto en las urnas.
Lo mismo ocurre a la inversa, como cada elección, ante este panorama aquellos que promueven el voto nulo ganan terreno y con ello, todos los ciudadanos perdemos. Todos menos la clase política. Ganan los que están en el poder que votan por ellos mismos, ganan los que pertenecen a los partidos con la misma gente que sigue sin trabajar para nosotros: los ciudadanos que al no votar o al votar nulo nos nulificamos.