La pensión a menores detona la violencia vicaria

Paola Quiroz y Sherly Barraza crean el Frente Nacional contra la Violencia Vicaria para ayudar a las mujeres del estado que viven esta difícil situación

Ojalá la paz tuviera tantas tipificaciones como la violencia, la cual, cada vez más encuentra un nombre nuevo para denominar su origen como sucede con la violencia vicaria, la cual consiste en pegarle a una madre en donde más le duele, que es sustraer a su hijo de su lado, lo cual si de por sí ya es lacerante, a lo que se agrega que dicho arrebato lo realiza el padre del menor para lastimar a la mujer que le dio la vida al hijo de los dos.

Sherly Barraza y Paola Quiroz son dos mujeres llenas de vida, pero no desaparece el dejo de tristeza que se refleja en sus ojos ante la ausencia impuesta de ver a sus hijos en el afán de ser violentadas vicariamente por sus parejas.

Ambas reconocen que la relación con sus parejas con el tiempo había menguado por los celos, las infidelidades y los golpes, pero no imaginaron que les quitarían a sus hijos. Desde ese día las visitas a los juzgados son recurrentes, y como ellas, alrededor de 600 mujeres  están en la misma situación en todo el país.

Por eso comparten con Peninsular Punto Medio, desde la trinchera del Frente Nacional contra la Violencia Vicaria, las situaciones que vislumbran la construcción de este tipo de escenarios, para que a otras mujeres los identifiquen y no permitan que se ejerza sobre ellas este tipo de violencia.

Paola Quiroz

Paola es originaria de Tabasco, vino a estudiar a Mérida criminalística. Cuando estaba haciendo sus prácticas profesionales en la Fiscalía conoce a su esposo, hijo de un empresario, lo que ponía a Paola en desventaja, ya que al no ser las condiciones económicas las mismas, esto hizo que se inclinara el fiel de la balanza ante la justicia.

Siempre le pedía su ubicación, que fuera a donde fuera llevara al niño, la empezó a golpear, y Paola comenzaba a temblar cada vez que llegaba a casa y amenazaba con aplicarle la “tartamuda” al niño (pegarle con el cinturón si lloraba en exceso). La criatura no tenía ni un año, cuenta Paola, pero el argumento de él era que “así se forjaban los hombres, como lo forjaron a él”.

Lo económico siempre hacía volver a Paola, no podía trabajar, no había quien cuidara a su hijo, y aún cuando ella se sentía capaz de hacerlo, el descuidar a su hijo por trabajar siempre la hacía volver, y no contaba con una red de apoyo familiar, pues se encontraba sin parientes en Mérida.

Un día su ex pareja la arrastró por la calle, y gracias a que un vecino intervino, el asunto no pasó a mayores, pero Paola no se salvó que para rematarla le estrellara la cabeza contra el piso, siendo la gota que derrama el vaso, por lo que decidió dejarlo, tomar a su hijo e irse a casa de su mamá.

Paola pensó que aún separados, él siempre vería por su hijo, comentó que nunca fue su intención que dejara de ver al niño, no obstante cuando le pide el divoricio, él ejerce inmediatamente la violencia económica: le quitó el auto, el gasto, el celular, y pensó: “sólo falta que me quite al niño”.

Un día llevaron a pasear a su hijo al parque, y mientras el niño jugaba, su ex pareja lamentaba su separación, y al regresar a la casa, Paola se mete, deja al niño con su padre, y él se va, y durante tres meses no sabe absolutamente nada de sus hijo, pide razón a la familia de él, y argumentan que son problemas de pareja, que no se meten “pero de mientras le consiguieron casa y quien le cuidara al niño”, apunta Paola.

Hoy Paola ve a su hijo dos veces a la semana, una hora cada vez, aun cuando el juez ya le concedió la custodia provisional, el padre del niño está en espera de un amparo federal para revocar la decisión del juez.

Sherly Barraza

Sherly se casó pero con el tiempo su esposo, quien lo describe al principio de la relación como un hombre servicial y trabajador, ganaría la confianza de su familia, por lo que ante la sustracción del menor, les costaría trabajo pensar que hubiera sido capaz de hacerlo.

La empezó a celar y a menospreciar cualquier logro que tuviera en lo personal o profesional, y aún cuando ella es psicóloga organizacional, prefirió esta situación a dejar sin padre a su hijo.

Para su sorpresa él se va de la casa, lo que la sorprende porque ella consideraba que las cosas estaban bien entre los dos, pero lejos de abatirse, le alcanza el ánimo para volver a las actividades que le había restringido su marido como ir al gimnasio y trabajar.

Cuando Sherly entonces decide pedir pensión alimenticia para su hijo “no debía haber problema ya que él tenía uno de los puestos mejor pagados a nivel no profesional en la CFE”, y el juez le había concedido el 50% del salario de él por pensión.

“Ese día va a la casa, me hace un show de que se estaba muriendo, lo llevó al médico, tenía problemas con los discos de la columna y lo cuide, y empezó a ir a la casa argumentando que le hacía falta su familia, pero él ya tenía una pareja en Monterrey”, cuenta Sherly.

Berraza le dice a su expareja que se van como amigos por su hijo, que no se pueden destruir porque el afectado es el niño, el cual siempre va ser hijo de los dos. Ella le propone que deje que se estabilice económicamente para contribuir con los gastos del niño, le comenta que tiene una entrevista de trabajo para trabajar en el aeropuerto de Cancún, y Sherly cree que es una buena oportunidad para poner distancia, pero al final no toma el trabajo porque empezó a ser un atenuante en contra de ella en el seguimiento del caso judicial, pues la pareja argumentaba que se quería llevar al niño.

Un día le pide Sherly al hombre que se dejen ver para avanzar en sus vidas, pero él le pide todo lo que hay en la casa porque él lo compró, y que se va llevar al niño a comer para despedirse de él, además de que va conseguir una mudanza para que se lleven las cosas, y desde entonces no ha vuelto a ver a su hijo, y de eso ya pasaron 3 años, y lo único que sabe ella es que su hijo está en Monterrey.

Dónde poner el acento

Ambas concuerdan que hay una planeación para sustraer al menor, y las familias de las parejas son las principales cómplices en la ejecución del plan, ya sea para ejecutar la extracción, negarse a dar informes o esconder al padre con el hijo.

Las mujeres deben estar atentas porque una vez que hay violencia física, lo que sigue es la violencia vicaria.

Sherly destaca que durante todo el tiempo que vivió con su marido desarrolló depresión, lo que en muchas ocasiones la inmovilizó para actuar en ciertas situaciones, ante la violencia psicológica que vivía.

Hoy ambas se acompañan, junto con otras 20 mujeres que han manifestado la misma situación en Yucatán; sin embargo, ellas consideran que hay muchas más, y en la medida que ellas cuenten cómo se da la violencia vicaria, serán menos mujeres las que caigan en ella.

Texto y foto: Lorena González