Si todos pensáramos de la misma forma, la democracia que los griegos inventaron sería inútil, una cosa ociosa, una pérdida de tiempo. Pero la democracia existe y es indispensable, puesto que cada cabeza es un mundo, y uno muy complejo de forma literal.
Al votar se expresa confianza en un proyecto; se otorga tras semanas de hipotética reflexión, un poder legítimo a ese candidato para que gobierne nuestros destinos según su criterio —el que debe contar principalmente— puesto que para ello lo hemos escogido: para tomar decisiones, para afrontar el peso de los problemas. Para gobernar, en una palabra.
Evidentemente, no siempre gana por quien votamos, sin embargo, la democracia implica también asumir lo que la mayoría ha elegido. Nunca hay marcha atrás. La voz del pueblo, el mandato que surge del cruce de esos colores, es una sagrada ley que debe cumplirse en el templo de la política.
Las diferencias comienzan entre el Poder Legislativo y el gobernador Mauricio Vila. No obstante, las objeciones a sus iniciativas, más que fundadas, parecen caprichosas. Por supuesto, los diputados tienen que cuestionar, de pedir cuentas, de exigir explicaciones, pero es prudente también no ofrecer resistencia a los cambios que el Ejecutivo propone para comenzar a trabajar.
¿Cómo puede algo transformarse si se pretende iniciar el proceso de la misma manera?
Cada gobernante tiene un estilo, una visión, formas distintas. El exgobernador Rolando Zapata Bello, quien puede seguir presumiendo lo bien evaluado que dejó el poder, tuvo las suyas. Así, es justo que Vila Dosal tenga las propias, bajo el entendido que fue el pueblo el que lo puso y que fue una gran mayoría quien respaldó y sigue respaldando esa visión y esas decisiones.
¿Y qué hay de los maestros y directores que aprietan los dientes y se encogen de hombros ante el cambio? No fue esa la señal de civilidad que la anterior administración enseñó. Parece mentira que, a estas alturas, algunos, sencillamente, no sepan perder.
Es tan simple y tan difícil como eso. Aquí también.