Mario Barghomz
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Resulta fascinante entender cómo muchas de las enfermedades más comunes que hasta hoy suele padecer el cuerpo humano (las enumero enseguida); se derivan de la buena o mala función de un nervio; el nervio vago.
Éste se encarga de distribuir información de los principales órganos del cuerpo al cerebro (función aferente), y del cerebro a cada uno de nuestros órganos (función eferente). El nervio vago se encuentra en las células del tallo mismo de nuestro tronco encefálico, de donde se mueve tanto hacia arriba a nuestro sistema nervioso central, como hacia abajo al contexto de nuestro sistema nervioso periférico.
Su baja respuesta de comunicación a lo que médicamente se le llama “bajo tono vagal” o a lo que también podríamos nombrar como actividad disfuncional del nervio; implica asimismo una evidente patología del órgano o área relacionada con su falta de comunicación.
En el simple acto de comer, es el nervio vago quien avisa al cerebro cuando ya estamos satisfechos (saciados), es decir, cuando ya hemos comido bien y no hace falta comer más. Son también las señales del hígado quien indica al vago que tenemos ya las suficientes grasas, proteínas y carbohidratos necesarios en nuestro metabolismo. De no ser así, sin señales ni comunicación, perderíamos el control del hambre y la saciedad con las consecuencias derivadas que naturalmente esto implique.
Emocionalmente; permanecer en un estado de estrés o de ansiedad por mucho tiempo (la gente le llama “padecer de los nervios”), hace que el cortisol (hormona que se genera desde la amígdala cerebral y las glándulas suprarrenales) obligue al hígado a producir más azúcar para crear la energía suficiente, necesaria contra el estresor. Pero más azúcar implica también que el páncreas fabrique más insulina para controlarla y sea distribuida adecuadamente a través del torrente sanguíneo.
El estrés crónico o niveles de ansiedad muy altos, agotan tanto la función metabólica del hígado como la del páncreas, incapaces de reconocer después la labor de su relación compartida (homeostasis), dando lugar a una enfermedad diabética o hepática por agotamiento, mala alimentación y mal estilo de vida.
El mismo estado emocional de estrés y tensión obligará a la activación del sistema nervioso simpático, encargado de atender, por supuesto bajo presión, la lucha emocional del cuerpo contra la ansiedad. Esta lucha invariablemente derivará en una enfermedad del cuerpo.
Hoy no es ajeno para la medicina que diversas enfermedades como la diabetes II, la artritis, el asma, la hipertensión, las úlceras, el Alzheimer y el cáncer, entre otras; se originarán de un cuerpo ansioso, poco relajado y en alerta constante contra las circunstancias derivadas de un mal estilo de vida.
El nervio vago es el encargado de regular más de 60 billones de células, el día entero, durante todo el año. Él se encarga del control de nuestro corazón, las vías respiratorias, el hígado, el estómago, el páncreas, la vesícula biliar, el bazo, los riñones y los intestinos (¡uf!, menuda tarea). Su buen o mal funcionamiento afectará invariablemente y de manera determinante (como ya dije) nuestra salud.
Vago se deriva del latín “vagus”, que se traduce como errante (a mí me gusta identificarlo como el mensajero), que anda de un lado para otro. De ahí lo de “vago”. Él es quien estimula la activación de nuestro sistema parasimpático, quien permite la homeostasis de nuestro metabolismo y nos mantiene en armonía y calma.
Evitar una enfermedad, como las mencionadas, o luchar contra ella; dependerá de la buena función y salud de nuestro nervio vago. De ahí su relevancia y virtud.