Mario Barghomz
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En nuestros cerebros, hacer una sinapsis (comunicación electroquímica) es hacer una conexión entre neuronas. Una sinapsis es la manera en que el cerebro se comunica a través de su red neuronal. Una conexión equivale a un pensamiento, una idea, un sentimiento, una percepción o un movimiento. Durante el día, todos los humanos con un cerebro hacemos cientos de miles de sinapsis (billones de ellas) a través de la red de nuestra plasticidad neuronal.
En nuestro mundo, cuando queremos o pensamos, cuando deseamos, cuando miramos, oímos, tocamos o sentimos; es nuestro cerebro quien se comunica. De hecho, la realidad no existe sin nuestros cerebros; el color, el olor, el sonido, son producto de nuestras conexiones.
Toda idea y toda emoción o sentimiento son producto de ese contacto electroquímico. Así que toda sensación, deseo o sentimiento por algo o por alguien se origina para nuestra persona en nuestra red neuronal. Desear o sentir a Dios, pensar o tener fe en Él; no es otra cosa que ese contacto con Él a través de nuestra red neuronal.
Pero sin duda, también el ateo o el agnóstico conectarán sus neuronas de manera contraria a la fe, de tal manera que, en sus cabezas, Dios no existirá, porque no hay conexión (sino una desconexión). Y así como cada cerebro es diferente en aquello que siente, piensa o quiere, en aquello que escucha o ve; el cerebro del incrédulo se conectará con su incredulidad.
Hasta donde sé, ninguna explicación sobre la existencia de Dios ha tenido que ver con la ciencia. Por el contrario, la ciencia hasta hoy parece rebatir su existencia. Es la Filosofía la que siempre se ha encargado del asunto, desde su aspecto teológico y divino (sobre todo durante la Edad Media), hasta la dialéctica sobre el misterio de su existencia.
Fue Platón quien primero abordó el tema al hablar de un Demiurgo (Ser creador) en uno de sus últimos libros y postularlo como Suprema Inteligencia, seguido por Aristóteles que se refirió a Dios como “Motor Inmóvil”, es decir, generador estático de todo el Universo. Podemos entonces en este sentido enfatizar, que tanto Aristóteles como Platón tenían una conexión con Dios.
¿Pero quién es Dios realmente más allá de la filosofía, las religiones y la teología? ¿Quién es ese ser inefable, omnipotente y omnipresente, creador y espíritu de todo lo que vive, por el que en lo humano el hombre se pregunta o duda, por el que reza y ora, al que pide y teme? Ese Dios del que otros reniegan aludiendo que no existe, porque para su ateísmo la fe de los creyentes es pura fantasía, ilusión sin evidencia real de su existencia.
Para mí la idea de Dios ha ido tomando cada vez más sentido a partir de mi inserción personal a la Neurociencia, con los avances que en este campo se han llevado a cabo sobre el funcionamiento y estudio particular del cerebro.
El cerebro es nuestra principal herramienta al referirnos a una idea (como la de Dios en este caso), pensamiento, sentimiento o conciencia. Toda idea de nuestra mente parte de una sinapsis entre neuronas que nos permiten pensar, sentir o saber. En este sentido; no dudemos que los que estamos conectados con Dios, es precisamente por una serie de sinapsis que nos permiten hacerlo, y que luego se traducen en fe, sentimiento o idea. O finalmente razón, como argumenta santo Tomás.
Siempre he tenido presente esa magnífica parte de “La creación” que Miguel Ángel pintó en la bóveda de la Capilla Sixtina, fresco encargado por el papa Julio II en el siglo XVI (1508–1512). Miguel Ángel interpreta en esa imagen cómo Dios le da vida a Adán, alargando su mano y su dedo índice para tocar a Adán que en la imagen también responde haciendo lo mismo. Esta me parece una excelente comparación analógica de cómo dos neuronas se buscan para comunicarse, para percibir, tener una idea o un sentimiento de fe.
Ahora podemos decir que es precisamente esta explicación científica, la plasticidad y elección de nuestros cerebros; la que nos ayuda a entender por qué para muchos Dios existe en nuestras mentes, en nuestro sentimiento y nuestras vidas.