Por Mario Barghomz
Todo ser humano nace con una tarea: ¡sobrevivir! A partir del primer acto de respiración luego de haber permanecido nueve meses en el vientre de nuestra madre. Y tal acontecimiento dura todo nuestro destino en la Tierra.
Aún ante su gran misterio, tres mil millones de años de ciencia natural según la Biología Científica, desde que la vida se presentó en nuestro planeta por primera vez a través de los primeros organismos unicelulares, no dejará de ser la incógnita que popularmente conocemos como “el milagro de vivir”.
Y la vida es una tarea que sin duda deberemos hacer todos los días. Y más nos vale que con ánimo y ganas, con paciencia, esfuerzo y voluntad; ingredientes naturales (emocionales y mentales) que mantendrán la salud de nuestro organismo y nuestro cuerpo.
Sabemos que a veces es duro vivir (solemos decirlo por la infinidad de problemas a los que nos enfrentamos a diario). Y no hay en el planeta ni hubo nunca persona que pueda decir lo contrario, por más poderoso, rico o saludable que se sienta. Porque regularmente a veces, cuando se sufre, no se sufre por uno mismo, por alguna carencia o falta de salud propia, sino por los otros, por los que amamos, y sin los que sería imposible vivir nuestra existencia, cumplir con nuestra tarea.
Es la prole, nuestros hijos, nuestros padres, nuestra pareja o nuestros amigos. Depositamos en ellos mucho de lo que sabemos tiene que ver con nuestra felicidad. Porque si a quien queremos no está bien o no es feliz con su vida, nosotros tampoco. Es entonces cuando nos desbordamos en amor y lealtad por nuestro prójimo, por nuestra familia.
El valor de cada vida (nuestra tarea) radica en la razón de estar y ser con los otros; con la felicidad y satisfacción que creamos nosotros mismos en nuestro entorno al cuidar lo que queremos, al servir precisamente a lo que amamos.
Cuando amamos no hay cosa que no podamos hacer por el otro (Física cuántica). No hay razón para no ayudar, para no estar ahí cuando se nos necesita. Cuando amamos nos gusta servir, ser útiles. Nuestra tarea es conservar esa lealtad por los otros, por aquellos que nos han dado su compañía y su confianza. ¡Porque no hay nada más hermoso que ver sonreír a quien amamos!
Cada tarea humana es una tarea de vida, una tarea gregaria, no egoísta ni solitaria. El egoísmo y la amargura no son virtudes, sino defectos humanos que impedirán a quien los cultive llevar a cabo la nobleza del propósito de nuestro fin último: ¡ser felices!
Y ser feliz, ahora que la ciencia nos permite saber más sobre este asunto, aunque aún pertenezca al rango de la Filosofía, no tiene que ver solo con aquello que se hace o que se tiene (en el momento o en el tiempo), sino con lo que se piensa y se siente.
Una persona feliz es aquella que genera buenos pensamientos, y por ende, buenos sentimientos. Es aquella que entiende el equilibrio alejándose de la desmesura. Es aquella que sabe vivir de manera plena y justa con lo que tiene, o que sabe conseguir apropiadamente lo que necesita.
La felicidad genera gusto, placer y gozo, pero también paz y serenidad. No hay felicidad que no mantenga a quien la posea, en un estado de plenitud constante, de vida buena, justa y bella. Esto es precisamente lo que decía Platón cuando hablaba de Sócrates.
Todo hombre justo es un hombre bueno que no medra con la necesidad ajena. Y si es bueno será siempre un hombre en paz y generoso. Toda felicidad radica en ello; ¡no es de otra manera! “Justicia, templanza, bondad y belleza”, decía Platón. Y esta sin duda sigue siendo nuestra tarea de vida: encontrar el punto óptimo entre aquello que se quiere y que se debe, entre aquello que se busca, se encuentra y se disfruta. Pero es el temperamento mismo de cada persona, su falta de control sobre esta área del hipocampo donde se encuentran nuestros sentimientos y nuestras emociones, lo que nos impide esa parte sustancial de la templanza, el equilibrio y el balance de nuestro carácter.
¡Ser feliz es fácil, solo que hay que aprender a serlo! Y para eso tenemos toda la vida. ¡Esa es precisamente nuestra tarea!